lunes, 22 de octubre de 2012

Europa (6)



El viaje a Riga fue, en su mayor parte, de noche. Justo cuando el camión salió de Varsovia se introdujo en una zona boscosa. Me gustó el paisaje lúgubre formado por los árboles en ambos lados de la carretera. El camión en el que viajaba era bastante grande, de esos de dos pisos. Ahora no recuerdo muy bien a mi compañera de viaje. Realmente no hablamos mucho. Traté de dormir lo más que pude en el camino. Ya por la mañana, una vez despierto, comí un sándwich que había comprado antes de salir de Varsovia y, como buen mexicano, también traía una coca, desayuno de los campeones ¡ja!. Obviamente el camión no iba directo a Riga sino que iba parándose en algunos lugares, por el momento, solo recuerdo la parada en la capital de Lituania, Vilna. 

En Riga me esperaba un amigo mexicano que, a su vez, tenía una amiga local que nos iba a hospedar en su casa de campo en un lugar llamado Cēsis, una campiña como a una hora de Riga. Por ahí de las diez de la mañana ya me urgía llegar a Riga, llevaba poco más de doce horas en el autobús y aunque en las paradas aprovechaba para bajar y estirar las piernas, ya era demasiado tiempo transportándome. 

Cerca de las once de la mañana, al fin entramos a Riga. Unos minutos más tarde estábamos en la estación de camión donde me esperaba Felipe, mi amigo. Pensé que iba a ser difícil encontrarlo pero la estación era pequeña y él se encontraba justo en el centro de la sala principal. Nos saludamos y compramos el boleto para el camión que nos llevaría a Cēsis. Lat es la moneda de Letonia y cuesta $25 MXN. Lo resalto porque en los otros lugares más o menos tenía idea del nombre de la moneda pero en Letonia era algo totalmente nuevo y nunca esperé que fuera más caro que el euro.

En el camino le platiqué a Felipe todo lo que he escrito en los posts anteriores. Fue un emocionante recuento de experiencias con un buen amigo. El camino a Cēsis, de nuevo estuvo adornado por bosques y praderas. En general, Europa del Este es muy verde. Llegamos a Cēsis una hora después. Bajamos del camión y nos sentamos en la banqueta. Inmediatamente, un local nos abordó y platicó con nosotros amablemente. En un principio pensé que nos iba a tratar de vender algo o pedir dinero pero, afortunadamente, solo fue plática.  Tras ese encuentro encontramos un restaurante. Como yo tenía hambre pedí algo de comer y tomamos unas cervezas mientras esperábamos a Ieva, la amiga de Felipe, que nos recogería para llevarnos a su casa.

Ieva no tardó mucho en llegar. De hecho, tuve que apresurarme a terminar mi comida porque nos pidió que la acompañáramos a la graduación de la escuela en donde su mamá es maestra. Inesperado primer destino en Cēsis. Unos minutos más tarde estábamos presenciando una tradicional graduación, con números artísticos y agradecimientos. Interesante experiencia. La graduación era de muchachos de preparatoria. No era una generación muy grande, alrededor de unos quince muchachos. Y si, había dos o tres integrantes de la generación que para que les cuento, ¡ja!. Cuando terminó la ceremonia, Felipe tomó unas fotos y dimos una vuelta por la escuela. Estuvo padre poder ver una escuela ex soviética. Más tarde nos invitaron a partir un pastel con los maestros y los directivos de la escuela. También había un par de maestras que ¡uffff! Platiqué un poco con ellas. Lindas esas letonas. 

La graduación

Ieva

Terminamos el pastel y Ieva nos dijo que su mamá tenía que hacer un par de cosas y después de eso nos iríamos a la casa. No tardamos mucho en partir hacia la casa y tampoco tardamos mucho en llegar. Era una casa de campo con exterior de madera, había una pequeña granja cerca y una especie de establo que más bien era un almacén, no albergaba animales. A unos pasos de la casa había un pequeño lago. Estábamos completamente rodeados de bosque. Creo que nunca había estado en un lugar tan verde. 

Cómo pronto comenzarían a llegar otros invitados, ayudamos a acomodar las cosas para la comida. Comeríamos afuera de la casa, lo que me pareció muy buena idea pues el clima y el paisaje eran perfectos. Una vez que todo estaba listo, acompañamos a Ieva al súper. Dimos un pequeño paseo por el centro de Cēsis en carro y pasamos a dos súper mercados. La dinámica de la vida es muy similar a la que vivimos en México solo que con menos tráfico y menos gente. Antes de regresar a la casa pasamos por un par de señores noruegos que también habían estado en la graduación. De hecho, ellos eran patrocinadores de la escuela. Ya no recuerdo sus nombres pero eran dos señores que tenían cerca de setenta años y que tenían mucho dinero, así que se la pasaban viajando a diferentes destinos del mundo y en Letonia apoyaban económicamente a la escuela en la que trabajaba la mamá de Ieva. Simpáticos los señores.


 La casa de Ieva en Cesis

Regresando a la casa comenzamos a sacar los diferentes platillos que había preparado la mamá de Ieva. La comida lucía bastante bien. Tomamos unas cervezas antes de comenzar a comer. Platicábamos con Ieva y los noruegos. Uno de los noruegos era especialmente extrovertido y cada que podía cabuleaba a Ieva. Nosotros solamente nos reíamos. La comida transcurrió muy bien. De hecho hubo un momento en el que compartimos un poco de música tradicional letona y mexicana. La mamá de Ieva, Ieva y la directora de la escuela nos cantaban canciones tradicionales de Letonia y yo les cantaba mariachis y Café Tacuba. Hubo un momento en el que incluso me puse a bailar unas cumbias. Ellas se emocionaron. 

Los días en Letonia son muy largos en el verano. Para los que estamos acostumbrados a que anochezca es especialmente confuso. Alrededor de las diez de la noche continuábamos afuera de la casa platicando, pero el cielo era igual al que se observa a las cinco o seis de la tarde en la Ciudad de México. Cerca de las once de la noche Ieva nos dijo que nos preparáramos para salir pues nos llevaría al centro de Cēsis a conocer los bares. 

No nos tomó mucho tiempo salir y por ahí de las once y media partimos hacia el centro. Comenzamos en el mismo restaurante en donde yo comí cuando recién llegamos. Un par de shots para cada quien y continuamos para otro bar. Así estuvimos casi toda la noche. Echábamos un par de shots en un lugar, bailábamos por un rato y nos movíamos para otro lugar. Eramos Felipe, Ieva, una amiga de Ieva (Madara era su nombre) y yo. Todo fluyó muy bien hasta que nos encontramos a uno de los noruegos, bastante ebrio, acompañado de dos mujeres que parecían estarlo bolseando, ¡ja! Ieva no lo quiso dejar así que tuvimos que “rescatarlo” y llevarlo a su hotel. Eso rompió un poco el ritmo de la noche. En el último bar, Ieva y yo estuvimos bailando. Se puso bueno. Más tarde Madara también bailó conmigo. Mientras tanto Felipe quien sabe que chingados hacía. Ah si, hablaba con uno de los güeyes de la graduación que nos encontramos, jaja.

Regresamos a la casa a las tres y media de la mañana. Desde antes de las tres ya había comenzado a amanecer. Cuando llegamos a la casa ya había amanecido por completo. Dormimos hasta las diez de la mañana. Desayunamos rápidamente y nos despedimos de la familia de Ieva. Su mamá nos dio aventón a la parada del autobús que nos llevaría de vuelta a Riga. 

Llegando a Riga tomamos el tranvía para ir a casa de Ieva. Vive un departamento ubicado en una unidad de esas típicas de la era soviética. A pesar de no ser muy grande, el departamento era bastante acogedor. Ese día llegaba un amigo griego de Ieva de Polonia así que fue a recogerlo. Nosotros la esperamos en el departamento.

Gianis era el nombre del griego que llegó con Ieva. Nos presentamos y platicamos un rato mientras Ieva se arreglaba para salir. Cuando Ieva estuvo lista, salimos a tomar el tranvía para ir a un restaurante en donde encontraríamos a otros amigos de Ieva. El restaurante era un buffet estilo “Sirloin Stockade” aunque un poco más caro. Los amigos de Ieva tardaron en llegar, mientras tanto, nosotros comimos y continuamos platicando. El sol de aquella tarde era bastante intenso. Llegaron los amigos de Ieva. También comieron y nos platicaban de lo que habían hecho ese fin de semana.

 Gianis

Más tarde regresamos al centro de Riga. Ieva quería mostrarnos los bares a los que suele salir. Otra borrachera potencial estaba en puerta. Al primer lugar que visitamos llegó Elena, una amiga de Ieva que Felipe ya conocía pues unos días antes había paseado con ella y Ieva por Riga.  Ese primer lugar era un bar en el último piso de un edificio, así que la vista de Riga era bastante buena. No pasamos tanto tiempo ahí pero la estancia fue buena. Caminamos hacia el siguiente bar.

En el camino al siguiente lugar, pude observar un poco más de Riga. Me recordó un poco al centro de Querétaro. A pesar de ser ciudad, el ambiente era tranquilo. La arquitectura del centro era de un estilo que se asemejaba, hasta cierto punto, al colonial aquí en México o al menos así me lo pareció a mí. Durante la caminata, platiqué con Elena que también hablaba español, además, de ruso e inglés. 



Riga

Llegamos al “Shot Café”, ese era el nombre del lugar al que Ieva nos llevó. La dinámica en ese lugar consistió en que cada quien debía escoger un trago e invitar una ronda para la mesa completa. La plática entre shots estuvo bastante buena. Las letonas y el griego empedaron rápido. Felipe y yo, como buenos mexicanos, nos mantuvimos en buen estado quizás un poco mareados. La tensión entre Felipe y Elena, que se habían caído muy bien desde que salieron la primera vez, crecía. Desaparecieron un rato en el bar, ¡ja! Mientras tanto, los demás seguíamos en nuestro desmadre. Cuando regresaron solo estuvimos durante un rato más. Ieva, el griego y yo partimos a la casa dejando a Felipe y Elena para que terminaran lo que habían iniciado. 

 Elena y Ieva

Llegamos como a las dos de la mañana a casa de Ieva. Nos fuimos a dormir inmediatamente. Bueno, en realidad yo no pude dormir mucho. Felipe llegó en la mañana cuando yo estaba por salir para la estación de camiones. Me despedí de todos y agradecí a Ieva por el hospedaje y las buenas experiencias.

Tomé el tranvía a la estación. Llegué unos minutos antes de que mi camión partiera, así que tuve tiempo para comprar algo de comer y gastarme los últimos Lats que me quedaban. Lloviznaba en aquellos momentos, indicio de que la estancia en Riga había tenido un “timing” perfecto. Abordé mi camión y partí de regreso a Varsovia.