El viaje a Riga fue, en su mayor
parte, de noche. Justo cuando el camión salió de Varsovia se introdujo en una
zona boscosa. Me gustó el paisaje lúgubre formado por los árboles en ambos
lados de la carretera. El camión en el que viajaba era bastante grande, de esos
de dos pisos. Ahora no recuerdo muy bien a mi compañera de viaje. Realmente no
hablamos mucho. Traté de dormir lo más que pude en el camino. Ya por la mañana,
una vez despierto, comí un sándwich que había comprado antes de salir de
Varsovia y, como buen mexicano, también traía una coca, desayuno de los
campeones ¡ja!. Obviamente el camión no iba directo a Riga sino que iba
parándose en algunos lugares, por el momento, solo recuerdo la parada en la
capital de Lituania, Vilna.
En Riga me esperaba un amigo
mexicano que, a su vez, tenía una amiga local que nos iba a hospedar en su casa
de campo en un lugar llamado Cēsis, una campiña como a una hora de
Riga. Por ahí de las diez de la mañana ya me urgía llegar a Riga, llevaba poco
más de doce horas en el autobús y aunque en las paradas aprovechaba para bajar y
estirar las piernas, ya era demasiado tiempo transportándome.
Cerca de las once de la mañana,
al fin entramos a Riga. Unos minutos más tarde estábamos en la estación de
camión donde me esperaba Felipe, mi amigo. Pensé que iba a ser difícil
encontrarlo pero la estación era pequeña y él se encontraba justo en el centro
de la sala principal. Nos saludamos y compramos el boleto para el camión que
nos llevaría a Cēsis. Lat es la moneda de Letonia y cuesta $25 MXN. Lo
resalto porque en los otros lugares más o menos tenía idea del nombre de la
moneda pero en Letonia era algo totalmente nuevo y nunca esperé que fuera más
caro que el euro.
En el camino le platiqué a Felipe
todo lo que he escrito en los posts anteriores. Fue un emocionante recuento de
experiencias con un buen amigo. El camino a Cēsis, de nuevo estuvo adornado
por bosques y praderas. En general, Europa del Este es muy verde. Llegamos a Cēsis
una hora después. Bajamos del camión y nos sentamos en la banqueta.
Inmediatamente, un local nos abordó y platicó con nosotros amablemente. En un
principio pensé que nos iba a tratar de vender algo o pedir dinero pero,
afortunadamente, solo fue plática. Tras
ese encuentro encontramos un restaurante. Como yo tenía hambre pedí algo de
comer y tomamos unas cervezas mientras esperábamos a Ieva, la amiga de Felipe,
que nos recogería para llevarnos a su casa.
Ieva no tardó mucho en llegar. De
hecho, tuve que apresurarme a terminar mi comida porque nos pidió que la
acompañáramos a la graduación de la escuela en donde su mamá es maestra.
Inesperado primer destino en Cēsis. Unos minutos más tarde estábamos
presenciando una tradicional graduación, con números artísticos y
agradecimientos. Interesante experiencia. La graduación era de muchachos de
preparatoria. No era una generación muy grande, alrededor de unos quince
muchachos. Y si, había dos o tres integrantes de la generación que para que les
cuento, ¡ja!. Cuando terminó la ceremonia, Felipe tomó unas fotos y dimos una
vuelta por la escuela. Estuvo padre poder ver una escuela ex soviética. Más
tarde nos invitaron a partir un pastel con los maestros y los directivos de la
escuela. También había un par de maestras que ¡uffff! Platiqué un poco con
ellas. Lindas esas letonas.
La graduación
Ieva
Terminamos el pastel y Ieva nos
dijo que su mamá tenía que hacer un par de cosas y después de eso nos iríamos a
la casa. No tardamos mucho en partir hacia la casa y tampoco tardamos mucho en
llegar. Era una casa de campo con exterior de madera, había una pequeña granja
cerca y una especie de establo que más bien era un almacén, no albergaba animales.
A unos pasos de la casa había un pequeño lago. Estábamos completamente rodeados
de bosque. Creo que nunca había estado en un lugar tan verde.
Cómo pronto comenzarían a llegar
otros invitados, ayudamos a acomodar las cosas para la comida. Comeríamos
afuera de la casa, lo que me pareció muy buena idea pues el clima y el paisaje
eran perfectos. Una vez que todo estaba listo, acompañamos a Ieva al súper.
Dimos un pequeño paseo por el centro de Cēsis en carro y pasamos a dos
súper mercados. La dinámica de la vida es muy similar a la que vivimos en
México solo que con menos tráfico y menos gente. Antes de regresar a la casa
pasamos por un par de señores noruegos que también habían estado en la
graduación. De hecho, ellos eran patrocinadores de la escuela. Ya no recuerdo
sus nombres pero eran dos señores que tenían cerca de setenta años y que tenían
mucho dinero, así que se la pasaban viajando a diferentes destinos del mundo y
en Letonia apoyaban económicamente a la escuela en la que trabajaba la mamá de
Ieva. Simpáticos los señores.
La casa de Ieva en Cesis
Regresando a la casa comenzamos a
sacar los diferentes platillos que había preparado la mamá de Ieva. La comida lucía
bastante bien. Tomamos unas cervezas antes de comenzar a comer. Platicábamos
con Ieva y los noruegos. Uno de los noruegos era especialmente extrovertido y
cada que podía cabuleaba a Ieva. Nosotros solamente nos reíamos. La comida
transcurrió muy bien. De hecho hubo un momento en el que compartimos un poco de
música tradicional letona y mexicana. La mamá de Ieva, Ieva y la directora de
la escuela nos cantaban canciones tradicionales de Letonia y yo les cantaba
mariachis y Café Tacuba. Hubo un momento en el que incluso me puse a bailar
unas cumbias. Ellas se emocionaron.
Los días en Letonia son muy
largos en el verano. Para los que estamos acostumbrados a que anochezca es
especialmente confuso. Alrededor de las diez de la noche continuábamos afuera
de la casa platicando, pero el cielo era igual al que se observa a las cinco o
seis de la tarde en la Ciudad de México. Cerca de las once de la noche Ieva nos
dijo que nos preparáramos para salir pues nos llevaría al centro de Cēsis
a conocer los bares.
No nos tomó mucho tiempo salir y
por ahí de las once y media partimos hacia el centro. Comenzamos en el mismo
restaurante en donde yo comí cuando recién llegamos. Un par de shots para cada
quien y continuamos para otro bar. Así estuvimos casi toda la noche. Echábamos
un par de shots en un lugar, bailábamos por un rato y nos movíamos para otro
lugar. Eramos Felipe, Ieva, una amiga de Ieva (Madara era su nombre) y yo. Todo
fluyó muy bien hasta que nos encontramos a uno de los noruegos, bastante ebrio,
acompañado de dos mujeres que parecían estarlo bolseando, ¡ja! Ieva no lo quiso
dejar así que tuvimos que “rescatarlo” y llevarlo a su hotel. Eso rompió un
poco el ritmo de la noche. En el último bar, Ieva y yo estuvimos bailando. Se
puso bueno. Más tarde Madara también bailó conmigo. Mientras tanto Felipe quien
sabe que chingados hacía. Ah si, hablaba con uno de los güeyes de la graduación
que nos encontramos, jaja.
Regresamos a la casa a las tres y media de la mañana. Desde antes de las tres ya había
comenzado a amanecer. Cuando llegamos a la casa ya había amanecido por
completo. Dormimos hasta las diez de la mañana. Desayunamos rápidamente y nos
despedimos de la familia de Ieva. Su mamá nos dio aventón a la parada del
autobús que nos llevaría de vuelta a Riga.
Llegando a Riga tomamos el
tranvía para ir a casa de Ieva. Vive un departamento ubicado en una unidad de
esas típicas de la era soviética. A pesar de no ser muy grande, el departamento
era bastante acogedor. Ese día llegaba un amigo griego de Ieva de Polonia así
que fue a recogerlo. Nosotros la esperamos en el departamento.
Gianis era el nombre del griego
que llegó con Ieva. Nos presentamos y platicamos un rato mientras Ieva se
arreglaba para salir. Cuando Ieva estuvo lista, salimos a tomar el tranvía para
ir a un restaurante en donde encontraríamos a otros amigos de Ieva. El
restaurante era un buffet estilo “Sirloin Stockade” aunque un poco más caro.
Los amigos de Ieva tardaron en llegar, mientras tanto, nosotros comimos y
continuamos platicando. El sol de aquella tarde era bastante intenso. Llegaron
los amigos de Ieva. También comieron y nos platicaban de lo que habían hecho
ese fin de semana.
Gianis
Más tarde regresamos al centro de
Riga. Ieva quería mostrarnos los bares a los que suele salir. Otra borrachera
potencial estaba en puerta. Al primer lugar que visitamos llegó Elena, una
amiga de Ieva que Felipe ya conocía pues unos días antes había paseado con ella
y Ieva por Riga. Ese primer lugar era un
bar en el último piso de un edificio, así que la vista de Riga era bastante
buena. No pasamos tanto tiempo ahí pero la estancia fue buena. Caminamos hacia
el siguiente bar.
En el camino al siguiente lugar,
pude observar un poco más de Riga. Me recordó un poco al centro de Querétaro. A
pesar de ser ciudad, el ambiente era tranquilo. La arquitectura del centro era
de un estilo que se asemejaba, hasta cierto punto, al colonial aquí en México o
al menos así me lo pareció a mí. Durante la caminata, platiqué con Elena que
también hablaba español, además, de ruso e inglés.
Riga
Llegamos al “Shot Café”, ese era
el nombre del lugar al que Ieva nos llevó. La dinámica en ese lugar consistió
en que cada quien debía escoger un trago e invitar una ronda para la mesa
completa. La plática entre shots estuvo bastante buena. Las letonas y el griego
empedaron rápido. Felipe y yo, como buenos mexicanos, nos mantuvimos en buen estado
quizás un poco mareados. La tensión entre Felipe y Elena, que se habían caído
muy bien desde que salieron la primera vez, crecía. Desaparecieron un rato en
el bar, ¡ja! Mientras tanto, los demás seguíamos en nuestro desmadre. Cuando
regresaron solo estuvimos durante un rato más. Ieva, el griego y yo partimos a
la casa dejando a Felipe y Elena para que terminaran lo que habían iniciado.
Elena y Ieva
Llegamos como a las dos de la
mañana a casa de Ieva. Nos fuimos a dormir inmediatamente. Bueno, en realidad
yo no pude dormir mucho. Felipe llegó en la mañana cuando yo estaba por salir
para la estación de camiones. Me despedí de todos y agradecí a Ieva por el
hospedaje y las buenas experiencias.
Tomé el tranvía a la estación. Llegué
unos minutos antes de que mi camión partiera, así que tuve tiempo para comprar
algo de comer y gastarme los últimos Lats que me quedaban. Lloviznaba en aquellos
momentos, indicio de que la estancia en Riga había tenido un “timing” perfecto.
Abordé mi camión y partí de regreso a Varsovia.