El regreso a Varsovia estuvo un
poco pesado. Doce horas de camino y lo menos chingón fue que esta vez no fue
por la noche sino por la mañana. Así que el lunes de esa semana lo pasé casi
todo el día viajando en el camión. Cerca de las once de la noche, al fin llegué
a Varsovia. A la misma terminal de la que había partido. Todo era más callado
por la noche. Di un par de vueltas pensando en que hacer. Tenía hambre. Nada
estaba abierto ya. Saqué mi libreta con los itinerarios de trenes para ver el
nombre de la estación a la que tenía que moverme para irme a Berlín. Salí de la terminal y tomé un taxi
con dirección a la estación.
La estación estaba en el mero
centro de Varsovia así que había mucho movimiento tanto a los alrededores como
en la misma estación. Trenes llegaban de todas partes: Berlín, Ucrania, Moscú,
etc. La Eurocopa estaba en su apogeo así que gente de todas las nacionalidades
transitaba por los pasillos de la estación. El primer tren a Berlín salía hasta
las 6:30 de la mañana. Apenas era media noche. Me acerqué a las taquillas para
comprar mi boleto pero no había nadie. Pensé que ya habían cerrado.
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Estación de trenes de Varsovia |
Me senté en una de los pocos
lugares libres que había para hacerlo. Mucha gente esperaba también su tren en
la madrugada así que era difícil encontrar un buen lugar para descansar. Había
un par de borrachines que habían acaparado unas bancas para dormir pero no
tardaron en ser despertados y corridos por la policía, ¡ja! Unos instantes más
tarde me percaté que había gente atendiendo en las taquillas. Compré mi boleto
y regresé a mi lugar. Conocí a un güey de Estonia bastante amigable. Venía de
Madrid. Era skater y salía de vez en cuando a giras internacionales. Recordé
que tenía hambre y ese güey me había dicho que tenía sed, así que fuimos a dar
una vuelta por los alrededores a ver si encontrábamos un lugar para comprar
algo.
El centro de Varsovia era de
colores esa noche. Luces iluminaban los distintos edificios y las instalaciones
del Fan Fest. Llegamos a los pasillos del metro. Ahí encontramos una tienda
abierta. Se me antojaba algo más sustancioso que lo que la tienda ofrecía.
Pregunté por un puesto de Kebabs o de hamburguesas pero nadie me supo decir si
había uno cerca. Compré un sándwich y un refresco. Justo después que salíamos
de la tienda, a la vuelta, había un puesto de Kebabs. Así que me quedé a comer ahí.
El güey de Estonia se regresó a la estación.
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El Palacio de Cultura. |
Tardé un rato comiendo mi Kebab.
Deliciosa comida. Resultó que el hombre que atendía el restaurante era egipcio.
Mansour es su nombre. Estuvimos platicando un rato. Me contó sobre lo difícil
que es vivir en Egipto siendo cristiano o no siendo musulmán. Se quejaba
también sobre lo “racista” que es la gente en Polonia. Me decía que yo (blanco,
alto y occidental… chale) era bien recibido en Polonia y que, de hecho, tenía
grandes posibilidades de que una polaca me hiciera caso, por ejemplo. En
cambio, a él era probable que si hablaba con una extraña no le regresara ni el “hola”.
Me pareció un tanto rara su percepción pero ya tenía tiempo viviendo ahí y
además estaba casado con una local (todavía más raro). Me habló de lo chingón
que era Egipto y de lo mucho que extrañaba estar allá. Yo le platiqué sobre
México y sobre mis aventuras en Europa, especialmente en Varsovia. La causó
gracia todo lo que había pasado. Fue un interesante intercambio cultural y de
experiencias. Por ahí de las dos y media me despedí y regresé a la estación.
En el camino, me topé con algunos
borrachines que pedían zlotys para más alcohol. Casi siempre eran graciosos.
Antes de llegar a la estación pensé que era buena idea dar una vuelta por los
alrededores. Esperaba encontrar algún bar interesante en donde pasar un rato
más. Pero los que encontré ya todos estaban por cerrar o había puro güey. Me
senté un rato a un lado del Fan Fest a contemplar el Palacio de Cultura
construido por órdenes de Stalin para recordarles a los polacos lo pequeños que
eran (eso es lo que me había contado Ania). Después de un rato me dio frío así
que ahora si regresé a la estación. Ya faltaba menos para que el tren partiera.
Al fin aparecía anunciado el
tren. Así que me apresuré para ir al andén que correspondía. No había dormido
mucho pero no me sentía cansado. Abordé el tren y partí hacia Berlín. Mi camino
de vuelta a occidente comenzaba. El tren era un poco más austero de los que me
habían tocado con anterioridad. Hizo varias paradas en el camino, eso a veces
me ponía nervioso. Siempre que un tren se paraba me daba nervios que me fuera a
equivocar y no me fuera a bajar en la estación en la que debía. Era como una
especie de paranoia, jaja.
Fue un viaje de cuatro horas.
Cerca de las once de la mañana ya nos encontrábamos cerca de Berlín. En la
penúltima estación leí que decía Berlín así que le pregunté al señor que venía
en la misma cabina que yo que si ya habíamos llegado. Era alemán, se rio y me
dijo que esa estación era muy pequeña para ser la central de Berlín, que el
tamaño de la estación me haría saber cuando estuviéramos en Berlín. Se me hizo
interesante la forma en la que respondió. Tono simpático pero, principalmente, orgulloso.
Llegamos a la estación. El alemán
tenía razón, era enorme. Y resultó que no solo era la estación de trenes local
e internacional sino que además también transitaba el metro de la ciudad por
ahí. Un edificio de alrededor de cuatro pisos, con tiendas y con un flujo de
gente que no parecía detenerse jamás. Estuve un rato contemplando el ambiente
en la estación. Todo era tan heterogéneo. Comencé a imaginar todo lo que podría
ver y todo lo que me esperaba en Berlín. Me emocioné. Saqué el papel donde
tenía anotada la dirección de mi hostal y me dirigí para allá.
Subí al último nivel del edificio
que era donde pasaba el metro. Mientras compraba mi boleto se me acercaron un
par de chavas orientales. Me pedían ayuda. Les dije lo que yo había hecho para
comprar mi boleto y eso fue suficiente. Lo que hace interesante la compra de
los boletos en Europa es que dependiendo de la(s) zona(s) que uno vaya a
visitar y de la temporalidad del boleto (un viaje, todo el día, etc.) es lo que cuesta, así que si no sabes en que
zonas vas a transitar eso complica la compra del boleto. Como turista aprendí
que casi siempre está uno en la zona A y B que corresponden al centro de la
ciudad.
Tomé mi tren. La estación a la
que debía de dirigirme no estaba muy lejos. Alexanderplatz se llamaba. De ahí
todavía tuve que abordar el tranvía. Tardé un poco en comprender como
funcionaban los boletos del tren y tranvía. Resultó que se podía utilizar el
mismo para ambos. Abordé el tranvía que me correspondía. Bajé una estación
antes de la que debía (los nombres eran muy parecidos) y estuve media hora
buscando un hostal en un lugar en el que nunca lo iba a encontrar. Revisé
google maps y me di cuenta de mi error. Ni modo. Otra vez abordé el tranvía y
ahora si bajé en la estación que debía.
Encontré mi hostal
inmediatamente. Era el hostal más grande en el que había estado en Europa. Parecía
edificio de Hotel. También era el más barato. Recién entré a mi cuarto me
encontré con un inglés que venía de Londres. Nos saludamos y platicamos un
poco. El ya llevaba unos días ahí, solo iba de vacaciones. Me marcó en un mapa
los principales lugares a los que debía ir. Una vez instalado y con la
información de los principales lugares me dispuse a conocer Berlín.
Berlín es una de las ciudades más
interesantes de Europa. Algunos de los acontecimientos más importantes del
siglo XX ocurrieron en sus calles. El choque de dos potencias terminó por
dividir a la ciudad por casi 30 años lo que le da un valor histórico único. Aún
se pueden contemplar los restos del muro separador en diversas partes de la
ciudad. Cuando estuve frente a la parte más extensa que aún continúa de pie y
que ha sido pintada por diversos artistas, no pude dejar de pensar en lo que ha
de ser estar a unos metros de distancia de tu familia y no poderla ver. Saber
que intentar atravesar ese muro, probablemente, le costaría la vida a aquella
persona que se atreviera. Y como eso hay otros recordatorios de los difíciles
momentos que pasó esa ciudad. El conocido “Check Point Charlie” que era uno de
los principales pasos de Berlín Oriental al Berlín Occidental, vigilado por las
potencias occidentales y, regularmente, rodeado de tanques. El museo de la
Stazi, la policía secreta de Alemania Oriental, justo a unos pasos del Check
Point donde se puede revivir como operaba esta organización opresora.
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Muro de Berlín. |
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Check Point Charlie |
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Muro de Berlín cerca de Check Point Charlie. |
En Berlín pase un buen rato admirando
monumentos y paseando por museos. Berlín fue uno de los principales centros de
operaciones del partido Nazi, así que traté de averiguar lo más que pude al
respecto. Algunas de las cosas más interesantes tenían que ver sobre como
muchos de los miembros del partido terminaron regresando a ser parte de la vida
regular de la ciudad sin mayor problema. Otra de las cosas interesantes son los
monumentos erigidos en la parte oriental a los soldados rusos que fueron muy
importantes en la liberación de la ciudad. No terminé de definir hasta que
punto, el hecho de que hubiera monumentos soviéticos representaba un orgullo o
una infamia para la ciudad. Quizás, simplemente son una marca de la historia y
ya.
Otros lugares interesantes son la
Columna de la Victoria (No, no es como el Ángel de Reforma) y el Reichstag. Hay
que caminar un largo tramo para llegar de uno al otro pero el paisaje boscoso
es bonito. En el Reichstag no pude dejar de imaginar lo que se hubiera sentido
estar en un discurso del mismo Adolf Hitler con todo y desfile militar. Vaya
experiencia que hubiera sido. El primer día que fui a las inmediaciones de ese
lugar se jugaba el partido entre Holanda y Alemania así que había pantallas en
toda la explanada que conecta a estos dos monumentos. Muchísima gente se
congregó para ver el partido. Fue muy emocionante acompañar a los alemanes
observando un partido de su selección nacional.
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La Columna de la Victoria. |
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Reichstag antes del partido entre Holando y Alemania. |
Las manifestaciones artísticas en
Berlín también son muy variadas. Se puede intuir desde la manera tan diversa en
la que viste la gente. Creo que no he visto una ciudad con tantas mujeres
perforadas y tatuadas como Berlín. Las galerías de arte con pinturas estrafalarias
son bastantes comunes. Así como los centros de venta de arte independiente.
Algunos de ellos parecían comunas hippies.
El ambiente nocturno es también
muy diverso. Desde bares de rock pesado hasta bodegones a donde resuena durante
toda la noche música techno, o lugares más fresas donde se puede escuchar
música común y corriente. Fascinante. El único problema es que el “buen
desmadre” no es tan accesible, al menos
para mi no lo fue. Muchos de los mejores eventos ocurren en la escena “underground”
entonces hay que andarle buscando o de preferencia conocer a alguien que esté
bien enterado.
Cuando salí la primera noche, lo
hice siguiendo las instrucciones del inglés. Terminé en un barrio del sureste
de Berlín, no muy lejos de Kreusberg. Había bares, pero no había mucha gente.
Entonces solo terminé comiendo en un lugar de pizzas, bastante buenas por
cierto, y viendo el partido de Polonia. Eché
un par de cervezas en el bar del hostal y esa noche transcurrió sin que sucediera gran
cosa. La segunda noche estuvo más movida pues habías sido el juego de Alemania
y Holanda. Pero, otra vez, por más que busqué no encontré un lugar con
suficiente buen ambiente como para clavarme. Así que solo cené y me regresé al
hostal. Para el tercer día, opté por lo más seguro, me uní a un “pub crawl”.
Ufff, que noche. Me hice amigo de unos brasileños (Carol, Dani y ya no me
acuerdo del nombre de los otros) y de una argentina (Paula) y se armó muy buen
desmadre. Bebimos, bailamos, cantamos… yo hasta terminé corriendo con una inglesa
desconocida en la calle. Creo que debí haberme escapado con ella. Ahora que lo
recuerdo esa noche también dejó una marca especial en el viaje. Qué chingona
gente hay en el mundo pero, sobre todo, que chingón soy para encontrarla.
Paseamos por cinco diferentes bares, cada uno un poco más intenso que el otro.
Ese día terminé regresando a las cuatro al hostal. Fui de los últimos en salir
del bar. Caminé por toda la avenida Marx contemplando lo que solía ser parte de
Berlín Oriental. Sentía como si hubiera hecho mío a Berlín en unos poco días.
Al siguiente día partí hacia
Frankfurt, ya era viernes. Había quedado de ponerme en contacto con Paula, la
argentina, para ver si nos veíamos después. Lamentablemente, tenía un vuelo que
tomar. Mi camino a Frankfurt fue bastante tranquilo. Una vez más gozaba de la
eficiencia y comodidad de los trenes alemanes. No tenía muchos planes para
Frankfurt pues solo estaría un día. Además, había leído que no era una ciudad
tan interesante para los turistas.
La estancia en Frankfurt no tuvo
mucha relevancia. Una vez instalado en el hostal, di una vuelta por el centro.
No había mucho que observar. Algunas casas alemanas antiguas y algunas iglesias
de arquitectura llamativa fue lo que más resaltó. El hostal donde me quedé
estaba en una zona especialmente pintoresca, rodeada de casinos y “teibols”, ¡ja!
Pero esa noche no hice mucho. Solo salí por un kebab de pollo y tomé un par de
cervezas en el bar del hostal mientras platicaba con unas mexicanas que conocí
ahí. Esa plática me hizo darme cuenta lo mucho que iba a extrañar a las
europeas.
A la mañana siguiente comenzó la
aventura del regresó a México. En Frankfurt no tuve éxito, así que tuve que
comprar un vuelo a Madrid pues me decían que probablemente ahí tendría más
suerte de abordar un avión de la aerolínea a la que pertenecía mi boleto. Pasé
una noche en Madrid donde pude dar una rápida vuelta al centro. Bonito lugar. Me
sorprendió, sobre todo, que mucha gente estaba en la calle con botellas de vino
que tomaban sentados en la banqueta. Las españolas bien arregladas y, muchas de
ellas, muy guapas. Tengo que regresar a conocer bien Madrid.
Regresé a descansar al aeropuerto
a la una de la mañana. Apenas alcancé el metro que me regresaría a la terminal.
Encontré una banca más o menos cómoda y ahí pasé el resto de la madrugada.
Más tarde, fui el primero en
presentarme a documentar. Quería que todo estuviera en orden lo más pronto
posible. Al documentar me dijeron que había mucha gente en espera como yo. Me
puse un poco nervioso. Fui a la sala de espera que comenzó a llenarse cada vez
más. Las señoritas del mostrador empezaron a vocear nombres. No sonaba el mío.
Faltando poco para la hora de vuelo, me acerqué al mostrador. Pregunté sobre
mis posibilidades de abordar el avión. No fueron muy optimistas. Esperé un
momento más y volví a preguntar. No hubo cambio en mis posibilidades. Harto,
decidí que mejor me iba a buscar un hostal y descansar. Me quedaría unos días
más y después buscaría como volver. Le dije a una de las señoritas del
mostrador que si me podía indicar donde recogía mi equipaje. Respondió que me
acompañaría por él. Después de dar unos cuantos pasos, ella me sugirió que me quedara
un momento más, que no me daba, como tal, esperanzas pero que a veces pasaban
cosas. Accedí, que más daba esperar 20 minutos más si ya había hecho todo el
esfuerzo por llegar de Frankfurt a Madrid. La gente abordó el avión. Una vez
más me acerqué para preguntar si había espacio. La respuesta fue negativa.
Había una computadora cerca así que fui a consultar hostales y precios de
vuelo. Justo cuando estaba abriendo el explorador, escuché alboroto en el
mostrador del vuelo. Una de las señoritas salió corriendo, pasó a un lado de
mí, y vocearon un nombre que no alcancé a distinguir. Cerré la sesión en la
computadora y me acerqué al mostrador para preguntar que había sucedido. Me
dijeron usted es “antorcha”. Así es, respondí. No llegó un pasajero, puede
abordar- me dijeron. La señorita que había salido corriendo me había ido a
buscar, pensaron que ya estaba recogiendo mi equipaje. No lo podía creer, me
despedía de Europa casi de la misma manera en la que había llegado. Ni pase de
abordar me dieron solo me dijeron el número de mi asiento. Sentado en mi lugar,
al fin comencé a caer en cuenta de lo
que estaba ocurriendo. Se acababa uno de los viajes más chingones que jamás
hubiera podido realizar. Justo cuando el avión tocó el suelo de la Ciudad de
México pasaron todas las historias que he escrito aquí por mi cabeza.
Inevitable que un par de lágrimas corrieran por mis mejillas… Quiero más de
todo esto que viví.