Al fin estaba en camino a Frankfurt,
eso era muy emocionante pues, entre otras cosas, representaba tener ropa limpia
otra vez. El camino fue algo largo, alrededor de cuatro horas pero en los
chingonsísimos trenes alemanes el tiempo no se siente de la misma manera. Al fin llegué a Frankfurt, lo primero que
hice fue buscar como llegar al aeropuerto. No fue tan difícil, pues justo
afuera de la estación de tren estaba la estación de metro y de ahí se llegaba
directamente al aeropuerto.
Una vez en el aeropuerto, ubiqué el mostrador de mi aerolínea, pregunté
sobre mi equipaje y me mandaron a otra terminal. Llegué a las oficinas donde me
darían los códigos para poder recoger mi maleta, no sin antes pasar por los controles de seguridad como “Juan por
mi casa”, ¡ja!. Una vez con la información, salí para regresar a la otra
terminal donde se encontraba el almacén donde estaba mi maleta. Justo cuando
iba a tomar el “shuttle” de regreso, sentí como si algo me hiciera falta, de
pronto me di cuenta que no traía mi carpeta donde tenía mi pasaporte, mi boleto
de tren y otros papeles importantes. Por un momento, el viaje había valido
madre. Pensé rápidamente donde podía haberlos dejado, solo había un lugar
posible: la oficina donde me habían dado los códigos. Regresé rápidamente a la
oficina pero el acceso, que antes me había saltado sin mayor problema, estaba
cerrado. Salió uno de los empleados, le pedí que me permitiera entrar pero se
negó. Le insistí, pero se volvió a negar. Insistí una vez más con algo de
desesperación. Al notar que estaba algo afligido le preguntó a los de la
oficina que estaba cerca si podía entrar, pero la respuesta fue negativa.
Finalmente terminó llevándome con las señoritas de información. A una de ellas
le expliqué que necesitaba pasar por mi maleta (no era opción decir que no
tenía pasaporte), y sin más preguntas me acompañó y me dio acceso. Casi corrí
para llegar a la oficina donde finalmente encontraría mi folder sobre el
escritorio donde me habían dado mi código. Respiré una vez más, el viaje seguía
en pie.
Habiendo recuperado mis documentos me apuré para localizar el lugar donde
finalmente recogería mi maleta. Tardé casi media hora en dar con el lugar pero
una vez ahí, todo fue fácil. Toqué la puerta del almacén, salió un señor y le
pasé los códigos de mi maleta, los revisó en la computadora y me acompañó a
recogerla. Por fin, encontré mi maleta, la tomé –casi la abracé- me hicieron
unas preguntas más y al fin salí del aeropuerto.
No tenía que hacer en Frankfurt, y ya tenía reservación de hostal en
Munich, así que partí de Frankfurt,
ahora sí completo. Llegué a Munich alrededor de la seis de la tarde. Tardé en
ubicar mi hostal pues me quise aventurar sin preguntar y terminé caminando
algunas cuadras de más. Ya en el hostal, lo primero que hice fue tomar un baño
y vestirme con ropa limpia, ¡Eh!. Ahora si, Europa debía de prepararse para
recibirme al 100%.
Listo para conquistar Munich salí de
mi hostal. Di unas vueltas por el centro, había muchos músicos ambulantes,
buenos músicos. Había algunas iglesias y edificios bastante bonitos, de aspecto
gótico la mayor parte de ellos. Comenzó a oscurecer, yo continúe caminando y
buscando un lugar donde comer y un bar para más tarde. Finalmente, escuché
música bastante movida, me acerqué al lugar. Era un bar bastante concurrido, “Sausalito”
era s nombre si no mal recuerdo. Pasé, eché un vistazo, dudé en quedarme así
que salí. Di unos pasos alejándome del lugar pero algo en mi me decía que tenía
que probablemente no encontraría mejor lugar, así que regresé. Me acerqué a la
barra, vi la carta de tragos y pedí uno. Así empezó una de las mejores noches
del viaje.
Había bastante gente en el bar, algunos grupos de mujeres solas. Algo tenía
que hacer al respecto. Cómo tenía hambre pedí una alitas con papas, que
resultaron ser muy abundantes. Ante tal abundancia decidí compartir con algunas
de los grupos de mujeres que andaban por ahí. Ninguna de las que me rodeaban
aceptó mi ofrecimiento. Ni modo – pensé-. Me comí todo el platillo y pedí otro
trago, me levanté y comencé a bailar solo. Me la estaba pasando bien. Cuando
menos lo esperaba, se acercó una de las alemanas a las que le había ofrecido
alitas, me invitó de su trago. Su amiga se acercó y empezamos a platicar. Se
llaman Melanie y Ruth, ambas están estudiando para técnicos en radiología. Comenzamos
a bailar, después las acompañé a fumar y, poco a poco, me empecé a acercar más
a Ruth que era la más atractiva, pronto estábamos abrazados. Regresamos al bar.
Continuamos bailando, ya con unos tragos encima y cada vez más pegados. No pasó
mucho tiempo y la besé, estuvo bien. De pronto, recordé que Melanie también
estaba ahí, así que también me acerqué a bailar con ella sin descuidar a Ruth.
Después de unos instantes, también la besé ¡ja!. Así que ahí me tienen con dos
alemanas, ambas se la estaban pasando bien y pues que puedo decir de cómo me sentía
yo en esos momentos, de lo más chingón. Seguimos bailando, siguieron los besos.
Les invité unos shots de tequila y, unos instantes después me dijeron que tenían
que partir pues el último tren que iba hacia su casa estaba por salir. Las
acompañé a la estación, no sin antes hacer una de las mejores salidas que hecho
de cualquier bar, salir de la mano de
dos mujeres guapas. Sugerí sutilmente acompañarlas a su casa pero resultó que
los papás de Ruth, que era a donde ambas iban estaban ahí entonces era difícil.
Ni modo, les di un último beso a cada una y nos abrazamos. Me dijeron que se la
habían pasado muy bien. Sus últimas palabras antes de partir casi me ponen en
shock de la emoción, dijeron: “Deberías regresar al bar y conocer a otras
chavas” ¡Boooooooooooom!, no podía creer lo que había escuchado. No cabe duda que
las europeas están en otro nivel. Será una de esas noches, que al recordarlas, siempre
me sacarán una sonrisa.
Al siguiente día desayuné en un restaurante de comida tradicional alemana
en el centro. El guisado era algo extraño, pulmones de ternera con papa. Sabor
peculiar, pero nada mal. Y también tomé una cerveza, sí de desayuno, Agustine.
Después, regresé a la estación de tren para ir hacia Praga.
Tenía altas expectativas de lo que sucedería en Praga pues las reseñas del
hostal que donde tenía reservación hablaban cosas muy buenas, básicamente,
fiesta todos los días. El camino de Munich a Praga me gustó mucho, campos verdes
y lagos dominaban el paisaje. Creo que
fue uno de los viajes en tren que más disfruté.
Una vez en Praga, no sabía que esperar sobre la barrera del idioma. Resultó
que casi toda la gente habla inglés así que no hubo gran problema. El camino al
hostal fue gracioso, me subí al número de tranvía correcto pero no me fijé en
la dirección y nunca pregunté donde comprar el boleto. Ya arriba del tranvía le
pregunté a una muchacha que donde tenía que comprar el boleto, solo se río y me
dijo que ya no hablara más sobre eso y que ella me diría. Total que los boletos
tenían que comprarse en las tiendas de conveniencia y que el tranvía que había
tomado iba en la dirección contraria a la que yo debía de ir. Así que me bajé
donde la checa me indicó, compré mi boleto en la tienda y tomé nuevamente el
tranvía.
Al fin llegué a la calle del hostal. Narodni Trida era el nombre de la
calle. El recibimiento en el hostal fue de lo mejor, una cerveza de bienvenida
y me presentaron a varios de los canadienses que se hospedaban ahí, me invitaron
unos tragos. Así que tras cuarentas minutos de mi llegada a Praga yo ya estaba
en camino a la borrachez. Muy divertido.
En Praga pasé tres días. Fueron muy divertidos. El primer día en la noche
nos llevaron del hostal a un antro de música electrónica, se puso bueno. Baile
y baile y más tarde conocería a unas checas con quiénes bailaría y más tarde me
invitarían unos toques de un porro, ¡ja!. Yo le invité una cerveza a una de
ellas, platiqué y un poco más tarde, hubo un par de besos bastante buenos. Salí
por ahí de las 430 de la mañana, con un alto nivel de alcohol en la sangre y
bueno con un ligero efecto de marihuana. A pesar de eso, no tuve problemas para
recordar el camino de vuelta al hostal.
Al siguiente día conocí gran parte del centro de la ciudad. He de reconocer
que es muy bonito. Hay unas partes que están impregnadas de una atmósfera
medieval. El barrio judío es también muy interesante. Y hubo un museo dedicado
al comunismo donde pasé algunas horas. En la noche hubo una fiesta en un bote,
pero antes de eso ya se había armado buen desmadre en el hostal con los
canadienses. Había unas canadienses muy lindas. De hecho, más temprano ese día
ya había platicado con una de ellas, entre otras cosas, le había preguntado que
porqué se había ido temprano del lugar de la noche anterior. Me respondió que
ya no había querido gastar más y que el lugar no le había fascinado. En la
parte antes de la fiesta en el bote, nuevamente, volví a tomar bastante. Así
que para la fiesta ya estaba bastante bien entrado.
Ya en el bote, vi a la canadiense en la barra, me acerqué y le pregunté que
iba a pedir. Le dije que yo se lo invitaba. Ella sonrío. Me dijo como se
llamaba – Chloë era su nombre. Antes de que yo le dijera cual era mi nombre
ella me dijo “Tú eres Alfonso, ¿verdad?”. Al parecer, la noche anterior me
había hecho de cierta reputación con mis bailes y lo de las checas. Me invitó a
donde estaban sus amigas. Conversamos algo y, después, cada quien agarro su
propio desmadre. Ese día estuve platicando con una holandesa y más tarde con
una turca. Me gustó ese intercambio cultural. Ya para el final de la fiesta
volví a encontrarme con Chloë y me sonrío de nuevo. El recorrido en bote, se terminaría.
Vi a Chloë y una de sus amigas, Sarah. Quería caminar con Chloë y seguir
platicando. Al principio así fue, pero más tarde Sarah se interpuso entre ella
y yo. Pero no cedí, las seguí acompañando aunque guardando más distancia. Yo
sabía perfectamente como regresar al hostal, al parecer ellas no tanto. Así que
cuando llegamos a la parte más complicada les dije como irse y yo fui a sacar
dinero. Al parecer cuando dije que me iba, Sarah, respiró con tranquilidad.
Chloë me dijo que irían por algo de comer. Saqué dinero, y agarré camino al
único lugar de comida cerca del hostal. Ahí las encontré. Se sorprendieron, les
dije que yo les invitaba la pizza. Chloë, volvió a sonreir y Sarah dijo que se
sentía mal al respecto (Pues como no, si
la muy hija de puta me cockbloqueó como las grandes, jaja). Comimos pizza, y
después regresamos al hostal. Chloë subió al cuarto, Sarah se quedó en la
recepción. Era el momento. Subí al cuarto donde estaba Chloë, la encontré de
frente, me acerqué a ella y, por fin, ¡beso!. Unos instantes después, otro más
y después Sarah subiría y Chloë se despediría de mi. Estuvo padre esa noche.
Al día siguiente Chloë partiría, no sin antes despedirse. Por un momento me
pasó por la mente seguirla, pero no, había todavía mucha Europa por conocer.
Ese día fui a conocer el castillo de Praga y más tarde a un ensamble de
cuerdas. ¡Qué bonita es la música clásica!. La noche de ese día sería mucho más
tranquila que las dos primeras, conocí a un australiano, una austriaca y una alemana,
súper buen pedo los tres. La alemana estaba bastante linda, pero ese día nada extraordinario
ocurriría.
Al siguiente día di una vuelta más por el centro y, por ahí de las tres de
la tarde partía hacia Viena.