viernes, 20 de julio de 2012

Europa (3)


Al fin estaba  en camino a Frankfurt, eso era muy emocionante pues, entre otras cosas, representaba tener ropa limpia otra vez. El camino fue algo largo, alrededor de cuatro horas pero en los chingonsísimos trenes alemanes el tiempo no se siente de la misma manera.  Al fin llegué a Frankfurt, lo primero que hice fue buscar como llegar al aeropuerto. No fue tan difícil, pues justo afuera de la estación de tren estaba la estación de metro y de ahí se llegaba directamente al aeropuerto.

Una vez en el aeropuerto, ubiqué el mostrador de mi aerolínea, pregunté sobre mi equipaje y me mandaron a otra terminal. Llegué a las oficinas donde me darían los códigos para poder recoger mi maleta, no sin antes pasar  por los controles de seguridad como “Juan por mi casa”, ¡ja!. Una vez con la información, salí para regresar a la otra terminal donde se encontraba el almacén donde estaba mi maleta. Justo cuando iba a tomar el “shuttle” de regreso, sentí como si algo me hiciera falta, de pronto me di cuenta que no traía mi carpeta donde tenía mi pasaporte, mi boleto de tren y otros papeles importantes. Por un momento, el viaje había valido madre. Pensé rápidamente donde podía haberlos dejado, solo había un lugar posible: la oficina donde me habían dado los códigos. Regresé rápidamente a la oficina pero el acceso, que antes me había saltado sin mayor problema, estaba cerrado. Salió uno de los empleados, le pedí que me permitiera entrar pero se negó. Le insistí, pero se volvió a negar. Insistí una vez más con algo de desesperación. Al notar que estaba algo afligido le preguntó a los de la oficina que estaba cerca si podía entrar, pero la respuesta fue negativa. Finalmente terminó llevándome con las señoritas de información. A una de ellas le expliqué que necesitaba pasar por mi maleta (no era opción decir que no tenía pasaporte), y sin más preguntas me acompañó y me dio acceso. Casi corrí para llegar a la oficina donde finalmente encontraría mi folder sobre el escritorio donde me habían dado mi código. Respiré una vez más, el viaje seguía en pie.

Habiendo recuperado mis documentos me apuré para localizar el lugar donde finalmente recogería mi maleta. Tardé casi media hora en dar con el lugar pero una vez ahí, todo fue fácil. Toqué la puerta del almacén, salió un señor y le pasé los códigos de mi maleta, los revisó en la computadora y me acompañó a recogerla. Por fin, encontré mi maleta, la tomé –casi la abracé- me hicieron unas preguntas más y al fin salí del aeropuerto.

No tenía que hacer en Frankfurt, y ya tenía reservación de hostal en Munich, así  que partí de Frankfurt, ahora sí completo. Llegué a Munich alrededor de la seis de la tarde. Tardé en ubicar mi hostal pues me quise aventurar sin preguntar y terminé caminando algunas cuadras de más. Ya en el hostal, lo primero que hice fue tomar un baño y vestirme con ropa limpia, ¡Eh!. Ahora si, Europa debía de prepararse para recibirme al 100%.

Listo para conquistar  Munich salí de mi hostal. Di unas vueltas por el centro, había muchos músicos ambulantes, buenos músicos. Había algunas iglesias y edificios bastante bonitos, de aspecto gótico la mayor parte de ellos. Comenzó a oscurecer, yo continúe caminando y buscando un lugar donde comer y un bar para más tarde. Finalmente, escuché música bastante movida, me acerqué al lugar. Era un bar bastante concurrido, “Sausalito” era s nombre si no mal recuerdo. Pasé, eché un vistazo, dudé en quedarme así que salí. Di unos pasos alejándome del lugar pero algo en mi me decía que tenía que probablemente no encontraría mejor lugar, así que regresé. Me acerqué a la barra, vi la carta de tragos y pedí uno. Así empezó una de las mejores noches del viaje.

Había bastante gente en el bar, algunos grupos de mujeres solas. Algo tenía que hacer al respecto. Cómo tenía hambre pedí una alitas con papas, que resultaron ser muy abundantes. Ante tal abundancia decidí compartir con algunas de los grupos de mujeres que andaban por ahí. Ninguna de las que me rodeaban aceptó mi ofrecimiento. Ni modo – pensé-. Me comí todo el platillo y pedí otro trago, me levanté y comencé a bailar solo. Me la estaba pasando bien. Cuando menos lo esperaba, se acercó una de las alemanas a las que le había ofrecido alitas, me invitó de su trago. Su amiga se acercó y empezamos a platicar. Se llaman Melanie y Ruth, ambas están estudiando para técnicos en radiología. Comenzamos a bailar, después las acompañé a fumar y, poco a poco, me empecé a acercar más a Ruth que era la más atractiva, pronto estábamos abrazados. Regresamos al bar. Continuamos bailando, ya con unos tragos encima y cada vez más pegados. No pasó mucho tiempo y la besé, estuvo bien. De pronto, recordé que Melanie también estaba ahí, así que también me acerqué a bailar con ella sin descuidar a Ruth. Después de unos instantes, también la besé ¡ja!. Así que ahí me tienen con dos alemanas, ambas se la estaban pasando bien y pues que puedo decir de cómo me sentía yo en esos momentos, de lo más chingón. Seguimos bailando, siguieron los besos. Les invité unos shots de tequila y, unos instantes después me dijeron que tenían que partir pues el último tren que iba hacia su casa estaba por salir. Las acompañé a la estación, no sin antes hacer una de las mejores salidas que hecho de cualquier bar, salir  de la mano de dos mujeres guapas. Sugerí sutilmente acompañarlas a su casa pero resultó que los papás de Ruth, que era a donde ambas iban estaban ahí entonces era difícil. Ni modo, les di un último beso a cada una y nos abrazamos. Me dijeron que se la habían pasado muy bien. Sus últimas palabras antes de partir casi me ponen en shock de la emoción, dijeron: “Deberías regresar al bar y conocer a otras chavas” ¡Boooooooooooom!, no podía creer lo que había escuchado. No cabe duda que las europeas están en otro nivel. Será una de esas noches, que al recordarlas, siempre me sacarán una sonrisa.

Al siguiente día desayuné en un restaurante de comida tradicional alemana en el centro. El guisado era algo extraño, pulmones de ternera con papa. Sabor peculiar, pero nada mal. Y también tomé una cerveza, sí de desayuno, Agustine. Después, regresé a la estación de tren para ir hacia Praga.

Tenía altas expectativas de lo que sucedería en Praga pues las reseñas del hostal que donde tenía reservación hablaban cosas muy buenas, básicamente, fiesta todos los días. El camino de Munich a Praga me gustó mucho, campos verdes y lagos dominaban el paisaje.  Creo que fue uno de los viajes en tren que más disfruté.



Una vez en Praga, no sabía que esperar sobre la barrera del idioma. Resultó que casi toda la gente habla inglés así que no hubo gran problema. El camino al hostal fue gracioso, me subí al número de tranvía correcto pero no me fijé en la dirección y nunca pregunté donde comprar el boleto. Ya arriba del tranvía le pregunté a una muchacha que donde tenía que comprar el boleto, solo se río y me dijo que ya no hablara más sobre eso y que ella me diría. Total que los boletos tenían que comprarse en las tiendas de conveniencia y que el tranvía que había tomado iba en la dirección contraria a la que yo debía de ir. Así que me bajé donde la checa me indicó, compré mi boleto en la tienda y tomé nuevamente el tranvía.

Al fin llegué a la calle del hostal. Narodni Trida era el nombre de la calle. El recibimiento en el hostal fue de lo mejor, una cerveza de bienvenida y me presentaron a varios de los canadienses que se hospedaban ahí, me invitaron unos tragos. Así que tras cuarentas minutos de mi llegada a Praga yo ya estaba en camino a la borrachez. Muy divertido.



En Praga pasé tres días. Fueron muy divertidos. El primer día en la noche nos llevaron del hostal a un antro de música electrónica, se puso bueno. Baile y baile y más tarde conocería a unas checas con quiénes bailaría y más tarde me invitarían unos toques de un porro, ¡ja!. Yo le invité una cerveza a una de ellas, platiqué y un poco más tarde, hubo un par de besos bastante buenos. Salí por ahí de las 430 de la mañana, con un alto nivel de alcohol en la sangre y bueno con un ligero efecto de marihuana. A pesar de eso, no tuve problemas para recordar el camino de vuelta al hostal.

Al siguiente día conocí gran parte del centro de la ciudad. He de reconocer que es muy bonito. Hay unas partes que están impregnadas de una atmósfera medieval. El barrio judío es también muy interesante. Y hubo un museo dedicado al comunismo donde pasé algunas horas. En la noche hubo una fiesta en un bote, pero antes de eso ya se había armado buen desmadre en el hostal con los canadienses. Había unas canadienses muy lindas. De hecho, más temprano ese día ya había platicado con una de ellas, entre otras cosas, le había preguntado que porqué se había ido temprano del lugar de la noche anterior. Me respondió que ya no había querido gastar más y que el lugar no le había fascinado. En la parte antes de la fiesta en el bote, nuevamente, volví a tomar bastante. Así que para la fiesta ya estaba bastante bien entrado.



Ya en el bote, vi a la canadiense en la barra, me acerqué y le pregunté que iba a pedir. Le dije que yo se lo invitaba. Ella sonrío. Me dijo como se llamaba – Chloë era su nombre. Antes de que yo le dijera cual era mi nombre ella me dijo “Tú eres Alfonso, ¿verdad?”. Al parecer, la noche anterior me había hecho de cierta reputación con mis bailes y lo de las checas. Me invitó a donde estaban sus amigas. Conversamos algo y, después, cada quien agarro su propio desmadre. Ese día estuve platicando con una holandesa y más tarde con una turca. Me gustó ese intercambio cultural. Ya para el final de la fiesta volví a encontrarme con Chloë y me sonrío de nuevo. El recorrido en bote, se terminaría. Vi a Chloë y una de sus amigas, Sarah. Quería caminar con Chloë y seguir platicando. Al principio así fue, pero más tarde Sarah se interpuso entre ella y yo. Pero no cedí, las seguí acompañando aunque guardando más distancia. Yo sabía perfectamente como regresar al hostal, al parecer ellas no tanto. Así que cuando llegamos a la parte más complicada les dije como irse y yo fui a sacar dinero. Al parecer cuando dije que me iba, Sarah, respiró con tranquilidad. Chloë me dijo que irían por algo de comer. Saqué dinero, y agarré camino al único lugar de comida cerca del hostal. Ahí las encontré. Se sorprendieron, les dije que yo les invitaba la pizza. Chloë, volvió a sonreir y Sarah dijo que se sentía mal al respecto (Pues  como no, si la muy hija de puta me cockbloqueó como las grandes, jaja). Comimos pizza, y después regresamos al hostal. Chloë subió al cuarto, Sarah se quedó en la recepción. Era el momento. Subí al cuarto donde estaba Chloë, la encontré de frente, me acerqué a ella y, por fin, ¡beso!. Unos instantes después, otro más y después Sarah subiría y Chloë se despediría de mi. Estuvo padre esa noche.

Al día siguiente Chloë partiría, no sin antes despedirse. Por un momento me pasó por la mente seguirla, pero no, había todavía mucha Europa por conocer. Ese día fui a conocer el castillo de Praga y más tarde a un ensamble de cuerdas. ¡Qué bonita es la música clásica!. La noche de ese día sería mucho más tranquila que las dos primeras, conocí a un australiano, una austriaca y una alemana, súper buen pedo los tres. La alemana estaba bastante linda, pero ese día nada extraordinario ocurriría.



Al siguiente día di una vuelta más por el centro y, por ahí de las tres de la tarde partía hacia Viena. 

domingo, 15 de julio de 2012

Europa (2)


Tomé el metro del aeropuerto hacia la estación de tren. Tardó un poco en pasar, mientras tanto, admiraba en silencio a una mujer que me pareció bastante atractiva, era sólo el comienzo de lo que esperaba de Europa en ese aspecto. Llegó el tren y abordé. Comenzó el paseo subterráneo que tras algunas estaciones ascendería a la superficie y podría contemplar parte de los suburbios de Londres, se veían bastante tranquilos y bonitos. Finalmente regresamos a la parte subterránea y, un poco más adelante, a la estación internacional de tren.

En la estación de tren encontré WiFi gratis así que una vez más estaba comunicado con el continente americano. Di un par de vueltas para conocer la estación y ubicar el lugar donde podía comprar el boleto hacia el siguiente destino, Francia era lo lógico. Compré mi boleto que saldría hasta el siguiente día, lo cual no estaba contemplado, pero ¿qué podía hacer? Solo una cosa y era aprovechar mi tiempo en Londres. Así que una vez con boleto para Lille, Francia tomé el metro, revisé el nombre de diferentes estaciones y, gracias a todo eso que alguna vez leí de historia y cultura general, ubiqué las que me llevarían a algunos de los destinos más conocidos de Londres.


 Era día laboral, así que el metro estaba bastante concurrido igual que el resto de las calles. Llegué a mi primera estación cerca del Tower Bridge y de la misma Torre. Eché un vistazo, tomé unas fotos y seguí caminando no sin antes preguntar en la calle dónde encontraba el “Big Ben”, obtuve la información y continúe mi camino. Mientras caminaba, obviamente observaba la dinámica de mi primera ciudad Europea. Tuve que adecuarme a los nuevos sentidos de tránsito, olvidaba que ese pequeño detalle del cambio del lado del volante altera todo. Había bastante gente bien vestida caminando por las calles, utilizando el transporte público, etc. En algunos bares, fuera de sus puertas, se observaba gente que recién había salido de la oficina consumiendo cerveza. En algunas partes también se observaba publicidad de las olimpiadas aunque aún era escasa. Había grupos de adolescente jugueteando en los parques y jardines cercanos al Tower Bridge, se respiraba cierto aire de felicidad.

Tomé nuevamente el metro que me llevaría a la Abadía de Westminster que está solo separada del London Eye por el Támesis. Así que ahí maté algunos pájaros de un solo tiro, vi el Big Ben, me trepé al London Eye (eché un ojo a todo Lóndres desde las alturas) y caminé por la Abadía de Westminster y el parlamento Inglés. Después de eso, ya era algo tarde, quería continuar mi travesía pero algo me decía que ya había abarcado lo más que podía en mi pocas horas de estancia en Londres, así que lo mejor era regresar cerca de la estación de tren, comer algo y buscar un lugar para dormir.



La búsqueda de un lugar para comida arrojo como resultado un Burger King.  Vaya que el tipo de cambio encarece bastante una comida en uno de estos restaurantes, pero bueno, no estuvo mal. Pasé un rato en el Burger King, continúe leyendo uno de los libros que traía para “matar” tiempo y después eché un vistazo alrededor para ver si había lugar para dormir. Había bastantes hoteles pero todos estaban llenos, así que tendría que pasar la noche en la estación de tren.

Antes de ver que confortable lugar escogería para dormir, de la no tan acogedora estación de tren, caminé algunas cuadras para ver que más encontraba, quizás un bar. No encontré algún lugar atractivo abierto, al parecer no era el mejor barrio para hacerlo. Regresé a la estación de tren y estuve dormitando en una banca por un tiempo, no veía mucha gente. Más tarde decidí cambiarme de lugar y ver que más había en la estación de tren. Encontré más gente y un lugar más cómodo en el que continúe dormitando hasta casi las 5:30 de la mañana. A esa hora comenzó a haber más movimiento, los restaurantes y cafés empezaron a abrir. Fui a comprar algo de desayunar y a cambiar las libras que me sobraban a euros. Me formé para entrar a los andenes. Estaba a escasa media hora de partir hacia Francia, Lille era la estación siguiente.

Abordé mi tren y encontré mi lugar justo a un lado de la ventanilla, me emocioné pero la verdad es que el sueño me venció pronto. Apenas desperté cuando paró el tren -pregunté qué estación era- me dijeron “Lille”, medio dormido agarré mis cosas y me apresuré a bajar. Nuevamente, estaba en un lugar del que no tenía idea y con una lengua que aunque he estudiado no la manejo tan bien como el inglés. Una vez más hice recorrido de conocimiento de la estación, ubiqué el lugar donde podía comprar mi boleto, lo hice sin problemas. Tenía que cruzar unas calles para llegar a la estación de donde salía el tren. Mis primeros pasos en Francia. Lucía interesante. Algunas de las primeras imágenes fueron: un grupo de niños de la escuela guiados por su maestra, la torre de una iglesia que sobresalía del resto de los edifico y los taxistas fuera de la estación de tren. Mi tren salía en unos minutos así que apuré el paso. Abordé, ubiqué mi lugar e inició mi camino a Paris, que estaba a poco menos de una hora de Lille.

Una vez en Paris, pensé: “Qué chingón estar en Paris pero es mi cuarto día lejos de mi maleta, necesito ir por ella. Paris será para otra ocasión”. Me formé para comprar mi boleto, quería el primer tren que saliera Frankfurt. Eso fue lo primero que le dije a la señorita que me atendía. Su respuesta fue que no había trenes para ese día sino hasta el siguiente - Ni modo, démelo –  Así que ya no había opciones tendría que echarle un vistazo a Paris. No es que fuera gran sacrificio pero necesitaba ropa limpia. 

Una vez más, me senté por unos momentos en la estación, pensando en que haría. Por un momento, me pasó por la cabeza pasar la noche en la estación. Pero no, ya era demasiado. Así que salí a caminar cerca de la estación de tren. Vi que había varios hoteles cerca, algunos tenían los costos de las habitaciones en la puerta. Estaban caros (90 – 100 Euros). Así que continúe la caminata sin alejarme mucho de la estación. Vi otra estación de Tren, la Gare d’est. Yo había llegado a la Gare du Nord. Eso sería importante al siguiente día. Al fin encontré un par de lugares que me parecieron de mejor precio. En el primer lugar que pregunté me pareció caro (70 euros) y me “amenazaron” con que si no me decidía rápido, la habitación se ocuparía. -A chingar a su madre- pensé ¡ja!. En el segundo lugar, fueron más amables y el precio fue mejor (47 euros), no había más que pensar. Pagué, me dieron mis llaves y subí a ver qué tal estaba mi cuarto. Por primera vez en tres noches pude ver una cama, así que no resistí, me quité la ropa y dormí por un par de horas. Una vez repuesto dije “Paris, aquí voy”.

Pedí indicaciones y un mapa en la recepción del hotel, me las dieron y salí a tomar el metro. Mi primer destino fue la Catedral de Notre Dame. Salí del metro por un elevador hacia un callejón, me pareció peculiar eso. Caminé del callejón hacia la calle principal y desde ahí ya se veía la catedral. El clima era perfecto, cielo azul, sol y una brisa que llevaba un poco del rocío del Río Sena que cruza por ahí. Llegué a la Catedral, me emocioné. Comencé a tomar fotos y recordé algunos datos de mi clase de Historia del Arte de la prepa. Admiré los arcos, las gárgolas, las columnas, los vitrales, etc. Era la historia frente a mí. Entré a echar un vistazo y resultó que había misa. Pensé por un momento en irme, pero me dije “Bah, creo que esto lo han presenciado reyes, quizás deba quedarme” así que presencié gran parte de la misa. Fue buena experiencia. Justo terminó la misa, cerraron la catedral. Eché un vistazo alrededor de la catedral, seguía contemplando los detalles arquitectónicos. Después continúe paseando por los pasillos a un lado del río. Quedé fascinado viendo a tantos grupos de jóvenes (especialmente por las francesas) sentados como en un día de campo tomando vino o cerveza. Quería quedarme pero el tiempo corría y aún faltaban otros lugares que observar.

Regresé al metro, era turno de ir hacia la torre Eiffel. Esta vez me tocó un tren que era de dos pisos, primera vez que veía uno de ese tipo. Llegué a la estación más “cercana” (resultó que no lo era tanto) y caminé a la torre Eiffel. El camino del metro a la torre fue bastante pintoresco, árboles muy verdes y algunas flores, el río a un lado. Al fin llegué frente a la Torre. Había mucha gente esperando subir, así que yo me resigné solo a verla desde abajo. Caminé por los jardines que la rodean, más flores, más gente sentada tomando vino y conversando. Comencé a entender por qué tanta gente dice que Paris es la ciudad del amor o algo así. En ese momento de verdad quería estar acompañado, sentarme, beber una cerveza o una copa de vino con alguna bella mujer y conversar mientras el atardecer caía. Si, de eso se trata Paris. Será para otra ocasión.



Revisé el mapa una vez más. El Arco del Triunfo y Los Campos Elíseos parecían no estar tan lejos. Resultaron tampoco estar tan cerca. La caminata fue un poco larga pero me permitió ver más calles. De hecho encontré una agencia de carros (BMW) donde había un evento, y como iba más o menos bien vestido eché un vistazo. Qué bonitas edecanes y que carros tan caros ¡ja!. Al fin llegué a los Campos Elíseos, justo cuando volteé para ubicar el Arco del Triunfo el sol iba descendiendo, de tal manera, que se veía justo entre el Arco. Una de las imágenes más bonitas del viaje. La gente se detenía y cruzaba la calle solo para observar eso. Yo caminé hasta el Arco. Le eché un ojo y una vez ahí me senté para descansar. 

 
Habiendo descansado un poco, continúe mi caminata por los Campos Elíseos esperando llegar a Louvre. En el camino me detuve en algunas tiendas de música y arte, bastante interesante,  pero no compré nada. Después de una larga caminata, llegué hasta lo que parecía ser el Palacio que rodea al Louvre o algo así, pero ya era demasiado tarde para llegar a Louvre, así que emprendí el regreso, pues no tardaban en cerrar el metro o al menos eso creía yo. Para ese momento ya estaba sumamente cansado pero conseguí llegar al metro. Fue curioso que como andaba más o menos bien vestido, algunas personas me preguntaban sobre direcciones o lugares, solo respondía que yo era turista. Eso fue importante porque ya en el metro, después de pasar por las estaciones de la Bastilla y de Orsay, en las que me dieron muchas ganas de bajarme, unos húngaros se acercaron a preguntarme como llegar a su estación, los ayudé, pero ellos me confundieron. Así que por media hora estuve perdido en una estación lejana y sin personas a quien preguntarles. En ese instante comenzaba a cundir el pánico, pero me calmé y eché un vistazo alrededor. Resultó que solo tenía que salir de la estación y cruzar hacia otra y así tomaría el tren de vuelta a la estación en la que me debí de haber bajado desde un inicio y en la que los húngaros me confundieron, ¡ja!

Llegué a mi estación, era casi la una de la mañana. Busqué algún restaurante para comer, encontré un lugar de hamburguesas. Pedí mi orden en francés y toda la cosa, era la tercera vez que hacía uso de mis estudios en esa lengua. Me llevé la hamburguesa al hotel, mientras revisaba cosas en internet comí. Me bañé y dormí.

Desperté a las 6:20. Mi tren salía a las 7:05, y estaba a solo dos cuadras de la estación. Había tiempo así que me vestí con tranquilidad, ordené mis cosas y salí listo para tomar el tren que al fin me llevaría por mi maleta. Regresé a la misma estación a la que había llegado y en la que había comprado el boleto. Vi los tableros de salida y no vi anunciado mi tren, eran alrededor de las 6:40. Me dije – Seguro ahorita aparece, hay tiempo-. Pasaron algunos minutos, eché otro vistazo a los tableros y nada sobre mi tren. Comencé a ponerme nervioso, así que busqué alguien a quién pudiera preguntar. No encontré nada. Decidí esperar un momento más, ya solo faltaban quince minutos y nada sobre mi tren. Pensé en preguntar en el mismo lugar donde había comprado el boleto pero había una larga fila, en lo que llegaba mi turno seguramente mi tren ya se habría ido. Ya solo faltaban ocho minutos para mi tren, al fin vi a una persona de información, le pregunté sobre mi tren. Ve mi boleto y me dice “Tú tren no sale en esta estación –la del Norte- sale de la del Este”. Empieza a cundir el pánico y recuerdo que el día anterior había visto la “Gare d’est” muy cerca, así que salgo corriendo a la calle. Sabía que estaba cerca pero no estaba seguro de que dirección, no había más que preguntar. Pregunté a una persona en la calle, corrí hacia donde me indicó. Volví a preguntar a otra persona y me quedó más claro. Corrí a todo lo que daba. Al fin visualizaba la estación. Crucé las puertas, vi los andenes, mi tren aún estaba ahí. Vi el reloj, faltaban 2 minutos para que partiera. Apenas tuve aliento para preguntar a una de las señoritas cual era mi vagón. Subí, ubiqué mi asiento, me senté y al fin pude respirar con alivio. Toqué una vez más el asiento para asegurarme que fuera real y el tren comenzó a avanzar. 

Con este cúmulo de emociones y experiencias accidentadas fue como transcurrieron mis primeros dos días en Europa. Emocionante, sin duda, pero también fue un poco estresante. Lo que vi en Londres y Paris fue apenas una probada, especialmente en Londres. Aún así lo disfruté. Quiero regresar a París con alguien a romancear, o bien, conocer a alguien en Paris y romancear, ¡ja!.

martes, 10 de julio de 2012

Europa (1)



La primera vez que pensé en un viaje a Europa fue alrededor del año 2000, cuando apenas tenía 17 años. Resultó que ese año uno de mis amigos se iba a tomar un par de clases de verano a España y, por primera vez, me imaginé en un viaje hacia ese lugar. Más tarde, en el transcurso de los años de carrera, varios amigos se fueron a estudiar a diversos lugares y eso aumentó mi deseo, aunque,  algunas circunstancias económicas influyeron en que el viaje no se realizara. Fue hasta el 2008 donde tuve la primera oportunidad totalmente plausible de ir pero había dos opciones, Brasil o Europa. Ganó Brasil.  Después de Brasil entré a mi anterior trabajo (el que dejé en diciembre) así que durante esos tres años aunque la idea de ir rondaba una y otra vez mi cabeza, el tiempo disponible no me parecía adecuado. Finalmente, hasta abril de 2012 fue que me decidí a hacerlo. Si, sin tanto plan pensé que era buena idea partir en mayo y al fin conocer de qué trataba el viejo continente.

Inicialmente pensé en ir con algún amigo, de hecho hice algunas menciones de mi plan con algunos de mis amigos, pero nadie hizo segunda. Así que sería un viaje que tendría que hacer solo, lo que le agregaba más emoción.

Lo primero fue conseguir un boleto de avión. Dada la premura con la que había decidido viajar las oportunidades de encontrar un vuelo barato eran menores. A pesar de ello, los precios de los vuelos que había consultado no me habían parecido tan elevados. Sin embargo, decidí consultar con un amigo cuya hermana trabaja en una aerolínea, y el precio se redujo drásticamente (alrededor de 40% menos), y ya no lo pensé. MI idea del boleto tendría repercusiones importantes en el viaje que contaré más adelante.

Fue un poco raro porque, inclusive, una vez con boleto de avión no sentía tan real el viaje. Quizás todo se debía a que hasta que no me presentara al mostrador del aeropuerto para irme no tenía que pagarlo. Dejé lo de la reserva de hostales y lo del pase de tren hasta casi la última semana antes de partir. Lo del tren apenas me salió, porque como lo envían a la casa tenía ya solo dos días para que me llegara. Al final, salió. Una vez pagado el tren, no había vuelta atrás. La reserva de hostales me pareció divertida. Leer reseñas, ver algunas fotos, comenzaba a emocionarme lo que veía. El que más me emocionó fue el hostal de Praga, “Madhouse” se llama, se anunciaba como un “party hostel” y todas las reseñas eran muy positivas. No estaría equivocado de emocionarme.

Unos días antes del viaje, fue mi cumpleaños, y todo estuvo muy bien. Justo después del festejo de cumpleaños, me entró cierto miedo. No estoy seguro de la razón, quizás pánico escénico, quizás solo nervios de que iba a llegar solo a lugares totalmente desconocidos, pero ahí estaba esa sensación que en algunos momentos me hizo pensar “¿Porqué estoy haciendo esto?, me debería de quedar y así me ahorro una lana”, obviamente a los pocos minutos me decía “deja de pensar esas mamadas, ya verás que te la vas a pasar chingón”.

Preparé mi maleta un día antes. Mi vuelo iba de la Ciudad de México a Atlanta y de ahí a Frankfurt. Salí en la madrugada hacia el aeropuerto y al fin pagué el boleto de avión. El vuelo hacia Atlanta fue sencillo (con boleto sujeto a espacio no siempre lo son). Una vez en Atlanta tenía que esperar alrededor de 3 horas para el vuelo a Frankfurt, así que con ese tiempo, había oportunidad de comer algo. Mientras iba en las escaleras eléctricas vi a una chava que iba en mi avión, así que le hablé, también era de México. Su nombre es Tania. Le dije que fuéramos a comer y ahí me tienen haciendo a la primera amiga de mi viaje. Comimos y platicamos como si nos conociéramos de tiempo, estuvo padre. Ella iba a Madrid, posteriormente Barcelona y de ahí a Atenas y finalmente a Chipre. Terminamos y me acompañó a la sala donde habría de abordar a Frankfurt. En la sala comencé a ver mucha gente y me puse un poco nervioso, pero supuse que no habría problema. Me acerqué al mostrador para anunciar que estaba ahí, en espera de mi pase de abordar. Fue pasando el tiempo y no me llamaban. Cinco minutos antes de que se cerrara el vuelo me acerqué a preguntar que había pasado y, finalmente, me dijeron que el vuelo estaba lleno así que me tendría que quedar. Hasta saber que únicamente había un vuelo a Frankfurt al día me pareció gracioso. Así  que acompañé a mi nueva amiga a que tomara su vuelo y después me dediqué a dar vueltas por el aeropuerto, buscando algún lugar más o menos cómodo en donde pudiera dormir. Compré un libro y pasé la noche leyéndolo, con un poco de música y un poco más tarde conversando con un hondureño que también pasaría la noche en el aeropuerto.

Al siguiente día me apunté de nuevo al avión de Frankfurt. Mientras tanto, conocí a una señora gringa y a otra pareja más con los que me puse a platicar de Game of Thrones, estuvo divertido. Lo que no estaría divertido fue ir nuevamente a mi sala de espera, que estaba llenísima, y escuchar que el vuelo estaba sobrevendido, por tanto, no había posibilidad de que yo subiera. Ahí fue cuando empecé a alarmarme pues estaba perdiendo tiempo valioso en un aeropuerto. Intercambié mensajes con mi amigo y su hermana (los que me habían conseguido el boleto). La conclusión fue que llegar a Frankfurt sería muy difícil, así que necesitaba cambiar de destino. Las opciones eran Londres o Atenas. Al final en el mostrador de la aerolínea solo me dieron como opción Londres, que de cualquier manera era la mejor opción.

Una vez con mi nuevo destino, fui hacia la sala de espera. Faltaban casi cuatro horas para que el vuelo partiera cuando llegué. La gente empezó a llegar solo una hora antes, parecía un vuelo más relajado. Media hora antes empezó el abordaje del avión. Me acerqué para reportarme; me dijeron que esperara. Siguió llegando más gente, continué esperando un poco nervioso. Al fin me llamaron, pero aún no me decían nada respecto al pase de abordar. Venía más gente corriendo. Y al fin, pocos minutos antes de cerrar el avión, se acerca una de las sobrecargos y me dice “aquí está tu pase”. Antes de subir pregunto por mi equipaje, si no había problema por el cambio de destino; me dicen que no. Ahora sí, me sentía casi en Europa, solo me separaban doce horas de vuelo, ¡Eh!.

Mi compañera de asiento resultó ser sumamente amigable. Katlyn, de Utah. Estudia comunicación y es mormona. Platicamos de varias cosas,  compartimos los audífonos por un rato e incluso nos despertamos mutuamente cuando era hora de comer. Me la pase bien con ella.  Después de un largo viaje en avión, llegamos a Londres, eran alrededor de las 11:30 de la mañana. Caminé con Katlyn hasta llegar a la revisión de pasaporte. La señora que revisó mi pasaporte comenzó a hacerme varias preguntas, me puse un poco nervioso, continúo con más preguntas. De repente, una pequeña hoja que había guardado en el protector del pasaporte se deslizó y la señora la vio, me la había dado Katlyn, era  sobre “Dios”. La señora sonrío, cambió su actitud estrepitosamente, y me empezó hacer conversación al respecto, yo le seguí la corriente, obtuve mi sello sin más preguntas y fui a recoger mi equipaje ya sin encontrar a Katlyn. Esperé varios minutos en el carrusel del equipaje sin ver mi maleta.  Katlyn, me encontró, había regresado a despedirse y a regalarme un libro (el libro mormón), jaja. Solo de nuevo, pregunté por mi equipaje a un señor que me llevaría hasta su escritorio tan solo para decirme que mi equipaje había sido enviado a Frankfurt y que si quería que me lo enviaran tardaría tres o cuatro días. Aunque el giro de ir a Londres me había agradado, no tenía planes de quedarme ahí por tanto tiempo, así que le dije iría por él a Frankfurt. Total, cuánto me podría tardar, ¡ja!

Salí de la zona de equipaje del aeropuerto y di un par de vueltas a las salas exteriores para ver si había algún lugar de información o para comprar boletos de camión. Nada, o más bien, creo que me dio pánico escénico así que me senté un momento esperando a que algo se me ocurriera en una ciudad en donde nunca había estado y de la que no había investigado nada pues no pensaba estar ahí. Me volví a parar y eché otro vistazo. Encontré la estación de metro y saqué algunas libras para tener dinero, pues sólo llevaba euros. Ya tenía posible medio de transporte y dinero, pero no una dirección a donde ir. Pensé -¿Qué era lo que tenía que hacer? Ah sí, salir hacia Frankfurt-. Entonces tenía que ir hacia la estación de tren; sólo que no la encontraba en los mapas del metro. Recordé el maravilloso invento conocido como “Internet” y encontré que la ruta era bastante sencilla del aeropuerto hacia la estación de tren, así que todo empezó a aclararse.

Continuará…

domingo, 1 de julio de 2012

Algo que escribí estando en Europa


 
No recuerdo precisamente donde escribí esto, creo que fue en el vuelo que iba de Bucarest a Varsovia. Lo encontré ahora que hacía una revisión del cuaderno que llevaba y en el que ocasionalmente escribía frases, nombres de personas o de canciones que iban marcando el viaje. Veamos:

Sobredosis de emociones que desatan la resaca emocional más grande que se pueda imaginar, la alteración de la realidad como consecuencia del renacimiento interno y del encuentro –aún- parcial de uno mismo.
No sé qué es lo que debiera sentir en este momento. Las semanas pasadas han sido de lo mejor, no necesariamente perfectas, pues nada lo es. Pero han contribuido con aventuras memorables, gente inolvidable y sobretodo han fortalecido la idea de que cuando así lo deseo puedo ser alguien sumamente fascinante (Lo sé, eso último suena un poco narcisista pero creo que hay que reconocer el momento en el que uno verdaderamente se gusta ¡ja!)

No quiero caer en ese concepto de que el “yo” que está presente en Europa es una edición especial de tiempo limitado de mí. Qué ese “yo” sólo se diluya y quede como un grato recuerdo. No eso no es lo que quiero ni lo que sucede. Esto es una reafirmación de quien verdaderamente soy. Aún falta consolidarlo y para ello aún hay pruebas pendientes, como el propio viaje, y eso lo hace sumamente interesante.

Me queda claro que la evolución personal es una decisión, una muy emocionante. Quiero continuar llevándome a otros extremos que me obliguen a ser mejor, a ser más audaz, más osado. 

Me fascina esta sensación de llegar a lugares totalmente desconocidos. Encarar rostros nunca antes imaginados, ideologías más o, a veces, menos complejas. Pero sobre todo esa especia de carrera personal, a veces no plenamente consciente, por dejar una huella en el lugar y en las personas que voy conociendo.
Aún faltan unos días por estas latitudes y espero seguir teniendo excelentes experiencias, continuar conociendo personas y lugares mágicos.

Fin de lo escrito aquel día.

Tan solo una parte del reflejo de las emociones provocadas por lo vivido en Europa. Les dejo una de las canciones que definitivamente marcó el viaje, especialmente después de lo vivido en Varsovia. Cuando iba en el camión de Varsovia hacia Riga, parcialmente ebrio, después de dejar a mis chicas polacas ya me andaba sacando la lágrima ¡ja!



En general la canción no tiene madre, pero la última estrofa ufffff:

"This is not the sound of a new man or crispy realization
It's the sound of the unlocking and the lift away
Your love will be
Safe with mE"

De la mitad de mayo…


 
Me encontré esto que escribí poco antes de la mitad de mayo y me dio risa, después de lo que sucedió precisamente después de esa semana:

Avanzar un paso y retroceder dos, es una de las peores sensaciones que se pueden experimentar. El fin de semana pasado estuvo muy movido, realmente casi todos los fines de semana de este año lo han y eso ha sido bastante bueno.

Entre algunas de las cosas que más me han gustado de este año es el hecho de que prácticamente le he hablado a cuánta mujer se me ha cruzado. No sé, me he venido sintiendo mejor y más seguro. He tenido buenas experiencias a lo largo de estos meses hablando con personas nuevas, desconocidas. Hasta el fin de semana pasado no se me había dificultado dirigirme a mujeres desconocidas que me llegaran a parecer atractivas. Sin embargo, el sábado (12 de mayo) debido al festejo de cumpleaños de un buen amigo fui a un lugar en la Condesa, donde obviamente esperaba encontrar buen ambiente y una cantidad significativa de mujeres atractivas. Ambas condiciones se cumplieron. Mi mente se empezó a acelerar ingeniando “maneras” para acercármeles a alguno de los tantos grupos de mujeres solas que circulaban por el lugar. Incluso, uno de mis amigos y yo nos retamos mutuamente para ver quien le hablaba primero a alguna. No funcionó el reto. Por más que tuve en la punta de la lengua palabras y frases de entrada que me parecían sumamente correctas e incluso ingeniosas nada pasó. Es más en algún punto de la noche sentí que me rodeaba una caja transparente que impedía que cualquier sonido emitido por mi fuera a ser escuchado por alguien (de esas veces que uno solo se hace pequeño).  Y así, por más que hubiera miradas que se cruzaban, e incluso, se sostenían con algunas de las mujeres presentes en el lugar nada ocurría. Así, la moral interna comenzó a decaer e incluso me sentí mal conmigo mismo. ¡Y cómo no!, chingos de mujeres solas y a ni a una le había podido hablar en el transcurso de la noche.

Más tarde logré cruzar palabras con un par, pláticas nada trascendentes. A una tercera, incluso le quise invitar una cerveza y, aunque su respuesta fue positiva, su actitud no me agradó del todo así que no hubo más.

Dirían algunos (o al menos eso creo) “No estuvo tan mal, al final al menos hiciste ‘algo’”. Puedes ser, pero creo que ya no estoy para este tipo de situaciones. Como decía al principio, creo que he tenido un avance importante en este rubro de la vida y me revienta sentir que retrocedo. Quiero y deseo poder hablar con cualquier mujer, y lo he hecho, es solo que a veces se me va el pedo.

Fin de lo escrito ese día…

Me dio risa leer esto después de haber regresado de Europa porque en las semanas que estuve allá rectifiqué que si he avanzando y que, en ocasiones, tengo días “malos”. Pero que una vez que dejo que la música y la diversión fluyan, todo lo demás es muy sencillo. En fin, aún tengo que escribir al respecto de Europa. Lo haré próximamente.