Tomé el metro del aeropuerto hacia la estación
de tren. Tardó un poco en pasar, mientras tanto, admiraba en silencio a una
mujer que me pareció bastante atractiva, era sólo el comienzo de lo que
esperaba de Europa en ese aspecto. Llegó el tren y abordé. Comenzó el paseo
subterráneo que tras algunas estaciones ascendería a la superficie y podría contemplar
parte de los suburbios de Londres, se veían bastante tranquilos y bonitos.
Finalmente regresamos a la parte subterránea y, un poco más adelante, a la estación
internacional de tren.
En la estación de tren encontré WiFi gratis así
que una vez más estaba comunicado con el continente americano. Di un par de vueltas
para conocer la estación y ubicar el lugar donde podía comprar el boleto hacia
el siguiente destino, Francia era lo lógico. Compré mi boleto que saldría hasta
el siguiente día, lo cual no estaba contemplado, pero ¿qué podía hacer? Solo una
cosa y era aprovechar mi tiempo en Londres. Así que una vez con boleto para
Lille, Francia tomé el metro, revisé el nombre de diferentes estaciones y,
gracias a todo eso que alguna vez leí de historia y cultura general, ubiqué las
que me llevarían a algunos de los destinos más conocidos de Londres.
Era día laboral, así que el metro estaba
bastante concurrido igual que el resto de las calles. Llegué a mi primera
estación cerca del Tower Bridge y de la misma Torre. Eché un vistazo, tomé unas
fotos y seguí caminando no sin antes preguntar en la calle dónde encontraba el “Big
Ben”, obtuve la información y continúe mi camino. Mientras caminaba, obviamente
observaba la dinámica de mi primera ciudad Europea. Tuve que adecuarme a los
nuevos sentidos de tránsito, olvidaba que ese pequeño detalle del cambio del
lado del volante altera todo. Había bastante gente bien vestida caminando por
las calles, utilizando el transporte público, etc. En algunos bares, fuera de
sus puertas, se observaba gente que recién había salido de la oficina
consumiendo cerveza. En algunas partes también se observaba publicidad de las
olimpiadas aunque aún era escasa. Había grupos de adolescente jugueteando en
los parques y jardines cercanos al Tower Bridge, se respiraba cierto aire de
felicidad.
Tomé nuevamente el metro que me llevaría a la
Abadía de Westminster que está solo separada del London Eye por el Támesis. Así
que ahí maté algunos pájaros de un solo tiro, vi el Big Ben, me trepé al London
Eye (eché un ojo a todo Lóndres desde las alturas) y caminé por la Abadía de Westminster
y el parlamento Inglés. Después de eso, ya era algo tarde, quería continuar mi
travesía pero algo me decía que ya había abarcado lo más que podía en mi pocas
horas de estancia en Londres, así que lo mejor era regresar cerca de la
estación de tren, comer algo y buscar un lugar para dormir.
La búsqueda de un lugar para comida arrojo como
resultado un Burger King. Vaya que el tipo
de cambio encarece bastante una comida en uno de estos restaurantes, pero bueno,
no estuvo mal. Pasé un rato en el Burger King, continúe leyendo uno de los libros
que traía para “matar” tiempo y después eché un vistazo alrededor para ver si
había lugar para dormir. Había bastantes hoteles pero todos estaban llenos, así
que tendría que pasar la noche en la estación de tren.
Antes de ver que confortable lugar escogería
para dormir, de la no tan acogedora estación de tren, caminé algunas cuadras
para ver que más encontraba, quizás un bar. No encontré algún lugar atractivo
abierto, al parecer no era el mejor barrio para hacerlo. Regresé a la estación
de tren y estuve dormitando en una banca por un tiempo, no veía mucha gente.
Más tarde decidí cambiarme de lugar y ver que más había en la estación de tren.
Encontré más gente y un lugar más cómodo en el que continúe dormitando hasta
casi las 5:30 de la mañana. A esa hora comenzó a haber más movimiento, los
restaurantes y cafés empezaron a abrir. Fui a comprar algo de desayunar y a
cambiar las libras que me sobraban a euros. Me formé para entrar a los andenes.
Estaba a escasa media hora de partir hacia Francia, Lille era la estación
siguiente.
Abordé mi tren y encontré mi lugar justo a un
lado de la ventanilla, me emocioné pero la verdad es que el sueño me venció
pronto. Apenas desperté cuando paró el tren -pregunté qué estación era- me
dijeron “Lille”, medio dormido agarré mis cosas y me apresuré a bajar. Nuevamente,
estaba en un lugar del que no tenía idea y con una lengua que aunque he
estudiado no la manejo tan bien como el inglés. Una vez más hice recorrido de
conocimiento de la estación, ubiqué el lugar donde podía comprar mi boleto, lo
hice sin problemas. Tenía que cruzar unas calles para llegar a la estación de
donde salía el tren. Mis primeros pasos en Francia. Lucía interesante. Algunas
de las primeras imágenes fueron: un grupo de niños de la escuela guiados por su
maestra, la torre de una iglesia que sobresalía del resto de los edifico y los
taxistas fuera de la estación de tren. Mi tren salía en unos minutos así que
apuré el paso. Abordé, ubiqué mi lugar e inició mi camino a Paris, que estaba a
poco menos de una hora de Lille.
Una vez en Paris, pensé: “Qué chingón estar en
Paris pero es mi cuarto día lejos de mi maleta, necesito ir por ella. Paris
será para otra ocasión”. Me formé para comprar mi boleto, quería el primer tren
que saliera Frankfurt. Eso fue lo primero que le dije a la señorita que me atendía.
Su respuesta fue que no había trenes para ese día sino hasta el siguiente - Ni
modo, démelo – Así que ya no había
opciones tendría que echarle un vistazo a Paris. No es que fuera gran
sacrificio pero necesitaba ropa limpia.
Una vez más, me senté por unos momentos en la
estación, pensando en que haría. Por un momento, me pasó por la cabeza pasar la
noche en la estación. Pero no, ya era demasiado. Así que salí a caminar cerca
de la estación de tren. Vi que había varios hoteles cerca, algunos tenían los
costos de las habitaciones en la puerta. Estaban caros (90 – 100 Euros). Así
que continúe la caminata sin alejarme mucho de la estación. Vi otra estación de
Tren, la Gare d’est. Yo había llegado a la Gare du Nord. Eso sería importante
al siguiente día. Al fin encontré un par de lugares que me parecieron de mejor
precio. En el primer lugar que pregunté me pareció caro (70 euros) y me “amenazaron”
con que si no me decidía rápido, la habitación se ocuparía. -A chingar a su
madre- pensé ¡ja!. En el segundo lugar, fueron más amables y el precio fue mejor
(47 euros), no había más que pensar. Pagué, me dieron mis llaves y subí a ver
qué tal estaba mi cuarto. Por primera vez en tres noches pude ver una cama, así
que no resistí, me quité la ropa y dormí por un par de horas. Una vez repuesto
dije “Paris, aquí voy”.
Pedí indicaciones y un mapa en la recepción del
hotel, me las dieron y salí a tomar el metro. Mi primer destino fue la Catedral
de Notre Dame. Salí del metro por un elevador hacia un callejón, me pareció peculiar
eso. Caminé del callejón hacia la calle principal y desde ahí ya se veía la
catedral. El clima era perfecto, cielo azul, sol y una brisa que llevaba un poco
del rocío del Río Sena que cruza por ahí. Llegué a la Catedral, me emocioné.
Comencé a tomar fotos y recordé algunos datos de mi clase de Historia del Arte
de la prepa. Admiré los arcos, las gárgolas, las columnas, los vitrales, etc.
Era la historia frente a mí. Entré a echar un vistazo y resultó que había misa.
Pensé por un momento en irme, pero me dije “Bah, creo que esto lo han
presenciado reyes, quizás deba quedarme” así que presencié gran parte de la misa.
Fue buena experiencia. Justo terminó la misa, cerraron la catedral. Eché un
vistazo alrededor de la catedral, seguía contemplando los detalles
arquitectónicos. Después continúe paseando por los pasillos a un lado del río.
Quedé fascinado viendo a tantos grupos de jóvenes (especialmente por las
francesas) sentados como en un día de campo tomando vino o cerveza. Quería
quedarme pero el tiempo corría y aún faltaban otros lugares que observar.
Regresé al metro, era turno de ir hacia la
torre Eiffel. Esta vez me tocó un tren que era de dos pisos, primera vez que
veía uno de ese tipo. Llegué a la estación más “cercana” (resultó que no lo era
tanto) y caminé a la torre Eiffel. El camino del metro a la torre fue bastante
pintoresco, árboles muy verdes y algunas flores, el río a un lado. Al fin
llegué frente a la Torre. Había mucha gente esperando subir, así que yo me
resigné solo a verla desde abajo. Caminé por los jardines que la rodean, más
flores, más gente sentada tomando vino y conversando. Comencé a entender por
qué tanta gente dice que Paris es la ciudad del amor o algo así. En ese momento
de verdad quería estar acompañado, sentarme, beber una cerveza o una copa de
vino con alguna bella mujer y conversar mientras el atardecer caía. Si, de eso
se trata Paris. Será para otra ocasión.
Revisé el mapa una vez más. El Arco del Triunfo
y Los Campos Elíseos parecían no estar tan lejos. Resultaron tampoco estar tan
cerca. La caminata fue un poco larga pero me permitió ver más calles. De hecho
encontré una agencia de carros (BMW) donde había un evento, y como iba más o
menos bien vestido eché un vistazo. Qué bonitas edecanes y que carros tan caros
¡ja!. Al fin llegué a los Campos Elíseos, justo cuando volteé para ubicar el
Arco del Triunfo el sol iba descendiendo, de tal manera, que se veía justo
entre el Arco. Una de las imágenes más bonitas del viaje. La gente se detenía y
cruzaba la calle solo para observar eso. Yo caminé hasta el Arco. Le eché un
ojo y una vez ahí me senté para descansar.
Habiendo descansado un poco, continúe mi
caminata por los Campos Elíseos esperando llegar a Louvre. En el camino me
detuve en algunas tiendas de música y arte, bastante interesante, pero no compré nada. Después de una larga
caminata, llegué hasta lo que parecía ser el Palacio que rodea al Louvre o algo
así, pero ya era demasiado tarde para llegar a Louvre, así que emprendí el
regreso, pues no tardaban en cerrar el metro o al menos eso creía yo. Para ese
momento ya estaba sumamente cansado pero conseguí llegar al metro. Fue curioso
que como andaba más o menos bien vestido, algunas personas me preguntaban sobre
direcciones o lugares, solo respondía que yo era turista. Eso fue importante
porque ya en el metro, después de pasar por las estaciones de la Bastilla y de
Orsay, en las que me dieron muchas ganas de bajarme, unos húngaros se acercaron
a preguntarme como llegar a su estación, los ayudé, pero ellos me confundieron.
Así que por media hora estuve perdido en una estación lejana y sin personas a
quien preguntarles. En ese instante comenzaba a cundir el pánico, pero me calmé
y eché un vistazo alrededor. Resultó que solo tenía que salir de la estación y
cruzar hacia otra y así tomaría el tren de vuelta a la estación en la que me
debí de haber bajado desde un inicio y en la que los húngaros me confundieron, ¡ja!
Llegué a mi estación, era casi la una de la
mañana. Busqué algún restaurante para comer, encontré un lugar de hamburguesas.
Pedí mi orden en francés y toda la cosa, era la tercera vez que hacía uso de
mis estudios en esa lengua. Me llevé la hamburguesa al hotel, mientras revisaba
cosas en internet comí. Me bañé y dormí.
Desperté a las 6:20. Mi tren salía a las 7:05,
y estaba a solo dos cuadras de la estación. Había tiempo así que me vestí con
tranquilidad, ordené mis cosas y salí listo para tomar el tren que al fin me
llevaría por mi maleta. Regresé a la misma estación a la que había llegado y en
la que había comprado el boleto. Vi los tableros de salida y no vi anunciado mi
tren, eran alrededor de las 6:40. Me dije – Seguro ahorita aparece, hay
tiempo-. Pasaron algunos minutos, eché otro vistazo a los tableros y nada sobre
mi tren. Comencé a ponerme nervioso, así que busqué alguien a quién pudiera
preguntar. No encontré nada. Decidí esperar un momento más, ya solo faltaban
quince minutos y nada sobre mi tren. Pensé en preguntar en el mismo lugar donde
había comprado el boleto pero había una larga fila, en lo que llegaba mi turno
seguramente mi tren ya se habría ido. Ya solo faltaban ocho minutos para mi
tren, al fin vi a una persona de información, le pregunté sobre mi tren. Ve mi
boleto y me dice “Tú tren no sale en esta estación –la del Norte- sale de la
del Este”. Empieza a cundir el pánico y recuerdo que el día anterior había
visto la “Gare d’est” muy cerca, así que salgo corriendo a la calle. Sabía que
estaba cerca pero no estaba seguro de que dirección, no había más que
preguntar. Pregunté a una persona en la calle, corrí hacia donde me indicó.
Volví a preguntar a otra persona y me quedó más claro. Corrí a todo lo que
daba. Al fin visualizaba la estación. Crucé las puertas, vi los andenes, mi
tren aún estaba ahí. Vi el reloj, faltaban 2 minutos para que partiera. Apenas
tuve aliento para preguntar a una de las señoritas cual era mi vagón. Subí,
ubiqué mi asiento, me senté y al fin pude respirar con alivio. Toqué una vez
más el asiento para asegurarme que fuera real y el tren comenzó a avanzar.
Con este cúmulo de emociones y experiencias
accidentadas fue como transcurrieron mis primeros dos días en Europa.
Emocionante, sin duda, pero también fue un poco estresante. Lo que vi en
Londres y Paris fue apenas una probada, especialmente en Londres. Aún así lo
disfruté. Quiero regresar a París con alguien a romancear, o bien, conocer a
alguien en Paris y romancear, ¡ja!.
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