martes, 10 de julio de 2012

Europa (1)



La primera vez que pensé en un viaje a Europa fue alrededor del año 2000, cuando apenas tenía 17 años. Resultó que ese año uno de mis amigos se iba a tomar un par de clases de verano a España y, por primera vez, me imaginé en un viaje hacia ese lugar. Más tarde, en el transcurso de los años de carrera, varios amigos se fueron a estudiar a diversos lugares y eso aumentó mi deseo, aunque,  algunas circunstancias económicas influyeron en que el viaje no se realizara. Fue hasta el 2008 donde tuve la primera oportunidad totalmente plausible de ir pero había dos opciones, Brasil o Europa. Ganó Brasil.  Después de Brasil entré a mi anterior trabajo (el que dejé en diciembre) así que durante esos tres años aunque la idea de ir rondaba una y otra vez mi cabeza, el tiempo disponible no me parecía adecuado. Finalmente, hasta abril de 2012 fue que me decidí a hacerlo. Si, sin tanto plan pensé que era buena idea partir en mayo y al fin conocer de qué trataba el viejo continente.

Inicialmente pensé en ir con algún amigo, de hecho hice algunas menciones de mi plan con algunos de mis amigos, pero nadie hizo segunda. Así que sería un viaje que tendría que hacer solo, lo que le agregaba más emoción.

Lo primero fue conseguir un boleto de avión. Dada la premura con la que había decidido viajar las oportunidades de encontrar un vuelo barato eran menores. A pesar de ello, los precios de los vuelos que había consultado no me habían parecido tan elevados. Sin embargo, decidí consultar con un amigo cuya hermana trabaja en una aerolínea, y el precio se redujo drásticamente (alrededor de 40% menos), y ya no lo pensé. MI idea del boleto tendría repercusiones importantes en el viaje que contaré más adelante.

Fue un poco raro porque, inclusive, una vez con boleto de avión no sentía tan real el viaje. Quizás todo se debía a que hasta que no me presentara al mostrador del aeropuerto para irme no tenía que pagarlo. Dejé lo de la reserva de hostales y lo del pase de tren hasta casi la última semana antes de partir. Lo del tren apenas me salió, porque como lo envían a la casa tenía ya solo dos días para que me llegara. Al final, salió. Una vez pagado el tren, no había vuelta atrás. La reserva de hostales me pareció divertida. Leer reseñas, ver algunas fotos, comenzaba a emocionarme lo que veía. El que más me emocionó fue el hostal de Praga, “Madhouse” se llama, se anunciaba como un “party hostel” y todas las reseñas eran muy positivas. No estaría equivocado de emocionarme.

Unos días antes del viaje, fue mi cumpleaños, y todo estuvo muy bien. Justo después del festejo de cumpleaños, me entró cierto miedo. No estoy seguro de la razón, quizás pánico escénico, quizás solo nervios de que iba a llegar solo a lugares totalmente desconocidos, pero ahí estaba esa sensación que en algunos momentos me hizo pensar “¿Porqué estoy haciendo esto?, me debería de quedar y así me ahorro una lana”, obviamente a los pocos minutos me decía “deja de pensar esas mamadas, ya verás que te la vas a pasar chingón”.

Preparé mi maleta un día antes. Mi vuelo iba de la Ciudad de México a Atlanta y de ahí a Frankfurt. Salí en la madrugada hacia el aeropuerto y al fin pagué el boleto de avión. El vuelo hacia Atlanta fue sencillo (con boleto sujeto a espacio no siempre lo son). Una vez en Atlanta tenía que esperar alrededor de 3 horas para el vuelo a Frankfurt, así que con ese tiempo, había oportunidad de comer algo. Mientras iba en las escaleras eléctricas vi a una chava que iba en mi avión, así que le hablé, también era de México. Su nombre es Tania. Le dije que fuéramos a comer y ahí me tienen haciendo a la primera amiga de mi viaje. Comimos y platicamos como si nos conociéramos de tiempo, estuvo padre. Ella iba a Madrid, posteriormente Barcelona y de ahí a Atenas y finalmente a Chipre. Terminamos y me acompañó a la sala donde habría de abordar a Frankfurt. En la sala comencé a ver mucha gente y me puse un poco nervioso, pero supuse que no habría problema. Me acerqué al mostrador para anunciar que estaba ahí, en espera de mi pase de abordar. Fue pasando el tiempo y no me llamaban. Cinco minutos antes de que se cerrara el vuelo me acerqué a preguntar que había pasado y, finalmente, me dijeron que el vuelo estaba lleno así que me tendría que quedar. Hasta saber que únicamente había un vuelo a Frankfurt al día me pareció gracioso. Así  que acompañé a mi nueva amiga a que tomara su vuelo y después me dediqué a dar vueltas por el aeropuerto, buscando algún lugar más o menos cómodo en donde pudiera dormir. Compré un libro y pasé la noche leyéndolo, con un poco de música y un poco más tarde conversando con un hondureño que también pasaría la noche en el aeropuerto.

Al siguiente día me apunté de nuevo al avión de Frankfurt. Mientras tanto, conocí a una señora gringa y a otra pareja más con los que me puse a platicar de Game of Thrones, estuvo divertido. Lo que no estaría divertido fue ir nuevamente a mi sala de espera, que estaba llenísima, y escuchar que el vuelo estaba sobrevendido, por tanto, no había posibilidad de que yo subiera. Ahí fue cuando empecé a alarmarme pues estaba perdiendo tiempo valioso en un aeropuerto. Intercambié mensajes con mi amigo y su hermana (los que me habían conseguido el boleto). La conclusión fue que llegar a Frankfurt sería muy difícil, así que necesitaba cambiar de destino. Las opciones eran Londres o Atenas. Al final en el mostrador de la aerolínea solo me dieron como opción Londres, que de cualquier manera era la mejor opción.

Una vez con mi nuevo destino, fui hacia la sala de espera. Faltaban casi cuatro horas para que el vuelo partiera cuando llegué. La gente empezó a llegar solo una hora antes, parecía un vuelo más relajado. Media hora antes empezó el abordaje del avión. Me acerqué para reportarme; me dijeron que esperara. Siguió llegando más gente, continué esperando un poco nervioso. Al fin me llamaron, pero aún no me decían nada respecto al pase de abordar. Venía más gente corriendo. Y al fin, pocos minutos antes de cerrar el avión, se acerca una de las sobrecargos y me dice “aquí está tu pase”. Antes de subir pregunto por mi equipaje, si no había problema por el cambio de destino; me dicen que no. Ahora sí, me sentía casi en Europa, solo me separaban doce horas de vuelo, ¡Eh!.

Mi compañera de asiento resultó ser sumamente amigable. Katlyn, de Utah. Estudia comunicación y es mormona. Platicamos de varias cosas,  compartimos los audífonos por un rato e incluso nos despertamos mutuamente cuando era hora de comer. Me la pase bien con ella.  Después de un largo viaje en avión, llegamos a Londres, eran alrededor de las 11:30 de la mañana. Caminé con Katlyn hasta llegar a la revisión de pasaporte. La señora que revisó mi pasaporte comenzó a hacerme varias preguntas, me puse un poco nervioso, continúo con más preguntas. De repente, una pequeña hoja que había guardado en el protector del pasaporte se deslizó y la señora la vio, me la había dado Katlyn, era  sobre “Dios”. La señora sonrío, cambió su actitud estrepitosamente, y me empezó hacer conversación al respecto, yo le seguí la corriente, obtuve mi sello sin más preguntas y fui a recoger mi equipaje ya sin encontrar a Katlyn. Esperé varios minutos en el carrusel del equipaje sin ver mi maleta.  Katlyn, me encontró, había regresado a despedirse y a regalarme un libro (el libro mormón), jaja. Solo de nuevo, pregunté por mi equipaje a un señor que me llevaría hasta su escritorio tan solo para decirme que mi equipaje había sido enviado a Frankfurt y que si quería que me lo enviaran tardaría tres o cuatro días. Aunque el giro de ir a Londres me había agradado, no tenía planes de quedarme ahí por tanto tiempo, así que le dije iría por él a Frankfurt. Total, cuánto me podría tardar, ¡ja!

Salí de la zona de equipaje del aeropuerto y di un par de vueltas a las salas exteriores para ver si había algún lugar de información o para comprar boletos de camión. Nada, o más bien, creo que me dio pánico escénico así que me senté un momento esperando a que algo se me ocurriera en una ciudad en donde nunca había estado y de la que no había investigado nada pues no pensaba estar ahí. Me volví a parar y eché otro vistazo. Encontré la estación de metro y saqué algunas libras para tener dinero, pues sólo llevaba euros. Ya tenía posible medio de transporte y dinero, pero no una dirección a donde ir. Pensé -¿Qué era lo que tenía que hacer? Ah sí, salir hacia Frankfurt-. Entonces tenía que ir hacia la estación de tren; sólo que no la encontraba en los mapas del metro. Recordé el maravilloso invento conocido como “Internet” y encontré que la ruta era bastante sencilla del aeropuerto hacia la estación de tren, así que todo empezó a aclararse.

Continuará…

No hay comentarios:

Publicar un comentario